miércoles, 12 de diciembre de 2018

Por segunda vez, 200 escolares se reunieron en un congreso por una educación inclusiva

Reflexionaron sobre las emociones y plantearon que todas las escuelas deben saber lengua de señas y que los vecinos se deben acercar más a las escuelas.

Tras una mañana de trabajo, un grupo de niños elaboró una maqueta con lo que sería su escuela ideal. La maqueta era sobre un círculo; la escuela estaba en el centro y tenía rampas. Alrededor había casas, calles, cines, quioscos, semáforos, el hospital, fábricas, y una de las integrantes del equipo aclaró que pusieron cosas que les parecía que hoy faltaban alrededor de la escuela: heladerías, juegos, una placita y “una papelería gratis”. Con la muestra de ese trabajo, entre otros, cerró ayer el segundo Congreso de Niños y Niñas por una Educación Inclusiva, que reunió a unos 230 niños de escuelas de todo el país en el Centro de Desarrollo Local del Parque Rivera, en Montevideo.

Los niños, que fueron representando a sus clases, concurren a las 72 escuelas que integran la Red Mandela, una red de centros del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP) que cuenta con el apoyo de UNICEF y el Instituto Interamericano sobre Discapacidad y Desarrollo Inclusivo (iiDi). Las escuelas Mandela incluyen en sus grupos a niños con y sin discapacidad, sus maestras tienen horas extras de coordinación, tienen maestras de apoyo con formación en educación inclusiva y alrededor de una vez por mes intercambian experiencias entre sí a través de videoconferencias, además de contar con especialistas del iiDi para coordinar el trabajo.

El primer Congreso de Niños y Niñas por una Educación Inclusiva fue en 2017 en Durazno. El de ayer se estructuró en base al trabajo en cinco temas: emociones; convivencia; aprender a aprender; el valor del juego, la corporalidad y la creatividad en los procesos de aprendizaje y bienestar; y la importancia de la comunidad escolar. Las semanas previas en las escuelas trabajaron en torno a estos ejes, y durante el día de ayer los niños, integrados entre diferentes escuelas y con talleristas, formaron grupos para abordar los ejes de diversas maneras: a través de la música, la literatura, juegos, dibujos o trabajo en barro y hasta con una maqueta, además de discutiendo en el grupo. Después del almuerzo, en un plenario se sintetizaron todas las reflexiones en torno a los ejes y se leyeron, se discutieron y se aprobaron. Durante toda la jornada se pudo ver interactuar con naturalidad a niños con discapacidades diversas –con síndrome de Down, que usan sillas de ruedas o andadores, o con otras discapacidades intelectuales– con niños sin discapacidad.

“Educación regular en todo lo posible, y especial en todo lo imprescindible”
Héctor Florit, consejero del CEIP, mencionó que el congreso “tiene como sentido visibilizar un esfuerzo que se hace todos los días, en general, con el perfil tan bajo con que hacen las cosas en la vida de las escuelas”, y aseguró que para que las instituciones educativas sean inclusivas se necesita más que la disposición de un maestro o un director: “Es el entorno social que tiene que comprender, promover y hacer viable la inclusión, y para esto tiene que haber familias comprometidas, maestros, vecindarios, otros profesionales que ayuden”.

El consejero puntualizó que la inclusión, como política del CEIP, pasa, además de por el trabajo de la Red Mandela, por la postura del consejo, por la formación de más de 400 maestros de apoyo en educación inclusiva a través de un acuerdo con la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en los últimos tres años, por la accesibilidad de los locales y por “los talleres y tiempo de reflexión que se otorga a los maestros para promover visiones comunes en las instituciones que hacen posible la inclusión”. Señaló que la política “no implica eliminar la educación especial, sino alentar que para cada niño hay que tener una educación regular en todo lo posible y una educación especial en todo lo imprescindible, que en definitiva es que cada niño tenga el apoyo que le permita insertarse en ámbitos sociales y educativos regulares”.

En ese marco, las escuelas Mandela “ofician como motores, como tractores de la propuesta”, con colectivos docentes con “disposición para recorrer esta experiencia y en definitiva para ser militantes de la inclusión, que es tener mucha sensibilidad, mucho compromiso y mucha profesionalidad con esta visión de la educación, que no significa invisibilizar las diferencias sino reconocerlas, aceptarlas, respetarlas y atenderlas”, explicó.

El consejero estimó que a las 72 escuelas Mandela concurren unos 20.000 niños, y reconoció que en ese sentido son una “experiencia minoritaria” en relación a los 340.000 niños que van a las escuelas públicas. Las proyecciones para los próximos años apuntan a incorporar entre 20 y 30 escuelas por año a la red, en un proceso que parte de la voluntad de las propias escuelas en postularse.

En comunidad
Durante el plenario de la tarde, los equipos presentaron sus trabajos de la mañana. Además de la maqueta, uno de los grupos expuso un “emocionario”. “Es como un diccionario que refleja emociones”, explicó uno de los niños, que contó que en lugar de hacerlo con palabras lo hicieron con dibujos. El emocionario era una gran tela, formada por lienzos cosidos, y cada lienzo tenía dibujadas distintas emociones que se dan en la escuela: alegría, tristeza, nervios, temor. La declaración final plantea que hay que respetar las emociones de todos.

“Aprendemos mejor cuando trabajamos en equipo, nos divertimos, investigamos y disfrutamos. Aprendemos de nuestros errores”, fueron algunas de las conclusiones sobre el eje aprender a aprender, y una de las niñas acotó: “Aprendemos de diferentes maneras, depende de lo que le cuesta más a cada uno”.

El tema más debatido fue sobre el vínculo de las escuelas con la comunidad. Los niños plantearon que en las escuelas se debe saber lengua de señas y que las escuelas tienen que salir más a conocer la comunidad. Si bien algunos grupos decían que su escuela se relacionaba con las familias y los vecinos, otros planteaban que los vecinos tenían que ir más a la escuela: “No sólo los padres tienen que ir a la escuela; más personas tienen que ir, los vecinos, por ejemplo”, dijo una niña. Otra se proyectó a dentro de unos años: “Como a nosotros nos gusta que los grandes colaboren, en unos años vamos a ser grandes y a los niños que vayan a la escuela les gustaría que nosotros ayudemos”, sugirió.

Cecilia Álvarez
Cortesía: la diaria

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