El fútbol escolar organizado ha adquirido una gran relevancia social y formativa entre las actividades extraescolares (Dorado, Paramio y Almagro, 2016). Familias, clubes y niños depositan esfuerzos, ilusiones y expectativas en un escenario deportivo que posee un potencial formativo no formalizado (Merino, Arraiz y Sabirón, 2017). Las implicaciones que esta actividad posee sobre los participantes están siendo foco de interés emergente, dado que la actividad física aporta claves interpretativas de interés en la construcción de su identidad personal y da posibilidades de facilitar un cambio en el autoconcepto; sin embargo, un desarrollo inapropiado puede motivar capítulos de infravaloración e, incluso, de ansiedad (García y García, 2006). El autoconcepto no sólo se de.ne en una dimensión física, sino que padres y otros agentes educativos ejercen un papel clave para la construcción global del autoconcepto. Gracias a la naturaleza no formal del escenario, su presencia es inherente.
Los familiares contribuyen positivamente al propio futuro de los niños, en tanto que generan expectativas de vida en torno a las creencias implícitas del escenario. Por tanto, esta nueva forma de competición temprana refuerza los peligros de ‘no llegar al nivel’, en una edad que vive ajena a la comprensión profunda de la competencia (Levey, 2013). Los jugadores que no evidencien el rendimiento competitivo que se demanda en el equipo pueden excluirse implícitamente, reduciendo su participación y contribuyendo a la construcción de su autoestima (Veroz, 2015). En sentido opuesto, la superación adecuada de etapas cronológicas, en solidaridad con la pertenencia a un equipo, se incorpora a su autoconcepto un sentido de crecimiento exitoso, indisociable a la contribución positiva de su autoestima (Fernández, Yagüe, Molinero, Márquez y Salguero del Valle, 2014).