No adolece de nada. ¡Al contrario! Porque es entre los 10 y los 25 años cuando el cerebro se pone a funcionar más intensamente. Que el corazón sea el espacio de los sentimientos es tan sólo una linda invención de los poetas. Sin dudas que ese músculo hueco e indispensable late más de prisa cuando las emociones impactan, pero ellas están en otro sitio y desde ahí influyen en todo el sistema.
El cerebro es el órgano donde albergamos el "pienso", el "siento" y la capacidad de organizar y dirigir todo lo que somos. Ese cerebro experimenta un gran cambio en los primeros dos y tres años de vida. Llega a pesar la mitad de lo que será su peso adulto...eso comparando con que la masa corporal de un bebe de esa edad es cinco o seis veces menos.
Durante la infancia los cambios son más calmos y graduales. Pero al inicio de la adolescencia se dispara una fantástica explosión de evolución. Las neuronas constan de un cuerpo celular con numerosos "embuditos" llamados dendritas. A las dendritas llegan estímulos de otras neuronas. El cuerpo celular procesa esos datos, los sintetiza y los envía por un solo túnel efector hacia la dendrita de otra neurona... o hacia una fibra muscular (para movernos)...o a un órgano blanco para que cumpla su función.
Ese único brazo efector se llama Axón. El axón es como un cable eléctrico que requiere de una cobertura aislante (Mielina) para que su mensaje sea eficiente y no se disperse en el camino. En la adolescencia la mielina está perforada por ventanitas por las cuales se suman otros estímulos, de modo que el mensaje inicial que iba a ser enviado de una neurona a otra por el axón, es enriquecido en el camino por otros datos. Esto suena muy bien para una especie programada por la naturaleza para habitar en la selva y recibir enseñanzas cotidianas simples, contundentes y repetitivas. De esa forma, el aprendizaje es posible y es enriquecido.
La naturaleza así lo organizó para no reiterar todo lo de generaciones anteriores, y a la vez, mantener lo más esencial firme y claro. A ese cerebro, que debiera aprender cómo construir una choza, como plantar semillas, algo del dialecto del clan vecino...en cambio, lo aturdimos con torrentes de datos (unos 3 mil por día) que, además de multitudinarios, son -a menudo- contradictorios. Datos y estímulos que provienen de quien organiza la sociedad: los adultos.
Es fácil entender que, en medio de ese ruido comunicacional, es muy confuso aprender y hacerse gradualmente adultos. Por si fuera poco, a nuestros adolescentes les exigimos que tomen buenas decisiones, que no se equivoquen y nos alarmamos cuando no responden a nuestras expectativas. Se puede profundizar mucho más en algo tan maravilloso como el cerebro, y, en especial, el cerebro adolescente, pero la idea no es alarmarnos.
Simplemente conocer algunos datos como para entender un poco más a nuestros adolescentes y, desde esa base, buscar formas alternativas de comunicación y transferencia de conocimientos. Es posible aprovechar esa magia que ocurre en el más noble de nuestros órganos entre los 10 y los 25 años. No podremos volver coherente a una sociedad que, por un lado dice que las drogas son dañinas, pero luego hace publicidad para promover el consumo de alcohol (sólo para poner un pequeño ejemplo de lo confuso que resulta la propuesta en múltiples conductas adultas).
Lo que sí podemos es intentar ser un poquito más coherentes quienes estamos más cerca: padres, madres, abuelos, docentes, médicos, equipos de salud, entrenadores...Nadie es perfecto, pero podemos arrimarnos un poquito más a ser lo que queremos ser y, desde ahí, hacer más creíbles y firmes nuestros mensajes. No es eficiente tratarlos como niños o niñas, porque no lo son.
Tampoco como adultos...porque aún no llegan a ese ciclo de vida. Son adolescentes, o, como los llaman los pueblos originarios de América: Portadores del fuego. No hay recetas para esto y cada quien encontrará la suya según sus valores y creencias, pero una forma de relacionarnos que suele ser eficaz es la de generar pactos.
Acuerdos de mutuo cumplimiento en el que el adulto responsable no pierde su rol, pero , dentro de un margen de cuidados, es flexible en un pacto al que las dos partes se comprometen...Y...si bien no hay fórmulas para acordar límites, yo me adhiero a una frase que un médico internacionalista y revolucionario pronunció hace años. Él se refería a la lucha social, pero aplica como un juego de encastre al vínculo con nuestros adolescentes: "FIRMEZA, PERO SIN PERDER LA TERNURA JAMÁS"
Cortesía: Dr. Jorge Mota
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