Uruguay tiene el mayor consumo per cápita de yerba mate a nivel mundial, que es abastecido por establecimientos de Brasil. El agrónomo Raúl Nin lleva adelante el cultivo de esa especie y asegura que una parte del territorio uruguayo posee las condiciones para desarrollar los yerbatales que cubrirían la demanda interna. “Aquí seguimos dormidos en este tema”, aseguró el especialista a la diaria.
Raúl Nin nació hace 74 años en Durazno. Hoy vive en el centro del balneario rochense La Paloma junto a su compañera Ileana. Allí construyeron el vivero Ca’aguigua –‘morador del bosque’ en guaraní–, en el que cultivan más de 200 especies nativas en un predio que ocupa 1.600 metros cuadrados. “Esto se ha convertido en un bosque nativo”, resalta, orgulloso. Ejemplares de palo santo, lapacho, aguaí, inga, ñandubay, guayubirá, ibirapitá y timbó generan una atmósfera muy peculiar. “A la gente le impacta el perfume que hay acá y me pregunta de qué madera se desprende, y yo les contesto que son muchas”.
El matrimonio lleva adelante un proyecto ambicioso: recuperar la mayor cantidad posible de especies que formaron parte de los montes nativos y generar cultivos de yerba mate o Ilex paraguariensis –una de esas variedades arrasadas–, lo que permitiría derrocar la idea de que en Uruguay no es posible hacerlo, así como “crecer en soberanía alimentaria”.
Nin es ingeniero agrónomo y asegura que la meta que se trazó lo lleva a navegar contra la corriente. Confiesa que “hace años” rompió su título universitario y dispara contra la academia, ministerios y organismos públicos dedicados a la investigación de los recursos naturales. “Ellos dicen que yo estoy loco y yo creo que ellos están muy equivocados, porque no le dan pelota a las cosas importantes. Estudiamos mal. Esto yo lo estudié y discutí con mis amigos, incluyendo a Markarián [Roberto, rector de la Universidad de la República], con quien hemos militado juntos. Está todo unido: no podemos separar el agua de la geología, ni el suelo de la geología, ni la vegetación del suelo, ni la fauna de la vegetación, porque si afectamos a uno afectamos a todos”. En Uruguay “no hay cultura de los recursos naturales”, subraya.
El agrónomo recurre constantemente a las humanidades para explicar el alcance de su trabajo. “No hay como la historia –yo soy el hincha número uno de la historia– y lo primero que hay que enseñarle a los gurises es historia, para saber cómo se vivía, hacia dónde vamos y qué precisamos”.
Nin se apasiona cuando habla de la yerba mate. Resulta difícil detenerlo. Apela a su memoria, pero también cita y ofrece documentación, detalla infinidad de nombres y fechas bastante remotas.
Todo tiene un orden. Cuatro, cinco siglos atrás, el actual territorio uruguayo contaba con una gran cantidad de espesos bosques nativos, en los que la yerba mate era un elemento común y abundante. “Los indios guaraníes venían desde las provincias de Paraguay y Misiones a buscar yerba a estas tierras. Andrés de Oyarbide, geógrafo, representante de la Corona española para marcar los límites con el Imperio portugués, en 1785 relata cómo llegaban los guaraníes hasta el Cerro del Avestruz, en el departamento de Treinta y Tres, a abastecerse de aquello que los guaraníes llamaban caá y los españoles yerba mate en grandes proporciones, y la llevaban de vuelta para atrás. De ahí radica que los jesuitas, allá, en las provincias del norte, después de prohibirla, enseñaran a los guaraníes a plantar yerba mate, para que los pueblos originarios no vinieran hasta estas latitudes a buscarla. Eso está en los tratados de Oyarbide. Teníamos grandes extensiones de yerba”, destaca.
Aquellos yerbatales sufrieron el mismo destino que los montes nativos. “Los pueblos que habitaron Uruguay vivían de la floración nativa, por eso la mayor parte de ellos se ubica cerca de los bosques y los ríos, y eso fue una condición que puso el Imperio español a la hora de instalar los pueblos. Era muy superior la cantidad de bosque nativo a la que dice la academia que había. ¿Dónde están esas hectáreas? Fueron el sustento de los habitantes, de quienes estuvieron en Uruguay. El bosque nativo fue nuestra matriz energética durante 300 años”.
La vegetación era frondosa y exportable. A fines del siglo XIX Uruguay vendía lapacho y yerba mate,entre otras maderas. “Nuestro país presentó más de 130 variedades de especies nativas en la Exposición Universal de Viena de 1873. Eso está todo documentado. Lo mismo había ocurrido seis años antes, en 1867, en la muestra internacional que se desarrolló en París”, añade.
A mediados del siglo XX la deforestación se hizo más profunda: “Cuando se desató la crisis del petróleo, durante la segunda guerra mundial, en Uruguay todo marchaba a gasógeno. Se recurrió al carbón, había hornos de carbón en todos lados”. Por si aquello fuera poco, la construcción de las grandes represas hidroeléctricas provocó que cerca de 200.000 hectáreas de montes “fueran tapadas por el agua”.
La expansión de los modos de producción agrícola-ganaderos también perjudicó a la flora autóctona y a la fauna que estaba asociada a ella. “Ahora hay montes secundarios, son todos renuevos. No nos queda nada de la selva subtropical”, lamenta. Así planteadas las cosas, “una de las razones por las cuales no se pudo mantener los yerbales fue porque el modelo elegido fue en detrimento de los montes nativos”, resume.
Ejemplares autóctonos
Los yerbatales crecieron asociados a otras especies –coronillas, talas, arrayanes, entre otros–, en un ambiente dominado por la humedad, que es “un factor limitante” para su crecimiento. “Es muy importante la humedad, por eso los yerbales crecieron en el sistema de quebradas, por eso la yerba está en lugares que comparten el mismo ecosistema”.
Nin ha recorrido el país en busca de diferentes plantas originarias. De ese modo detectó siete departamentos en los que la yerba mate logró su mejor adaptación: Rocha, Lavalleja, Maldonado, Treinta y Tres, Cerro Largo, Tacuarembó y Rivera. Allí todavía se encuentran “árboles espontáneos” de enorme tamaño. “Cuando vi por primera vez los yerbales de Maldonado pensé que habíamos hecho un posgrado de pelotudos –póngalo así–, porque son impresionantes, porque tenemos ejemplares de 20 metros de altura y no les damos bolilla”.
En el departamento de Lavalleja Nin encontró el árbol “más austral”, cuya información genética ha llamado la atención de investigadores argentinos. “Nosotros tenemos el privilegio de tener los yerbales más australes del mundo, porque estamos en una latitud de 34’ 57” al sur, cuando los yerbatales más importantes están en 25’ de latitud sur. Los yerbales de Uruguay están expuestos a temperaturas rigurosas, y soportaron, crecieron y se desarrollaron en estas latitudes. Estos datos aparecen en estudios del CONICET [Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas] en Argentina, mientras aquí seguimos dormidos en este tema”, insiste.
En Cerro Largo y Tacuarembó Nin encontró una gran dispersión de ejemplares, mientras que en la Quebrada de los Cuervos, en Treinta y Tres, “hay unos cuantos, pero no tantos como en Maldonado”. En Rocha, a pesar del “clima inhóspito”, signado por el frío invernal y los fuertes vientos, hubo ejemplares que se adaptaron.
En La Paloma, desde los años noventa Nin ha experimentado con semillas encontradas en diferentes departamentos. Su vivero tiene una capacidad de producción de 4.000 plantines de yerba mate por año. Para llegar a ese nivel, el ingeniero realizó un largo camino de ensayos, donde, incluso, contó con la ayuda de pajareras. Es que las aves cumplieron un rol fundamental al esparcir estas plantas. “Para cultivar la yerba tuve que hacer un proceso larguísimo que antes hacía el tucán. Durante los ensayos contraté a un pajarero privado para conocer cuál era el ave que molía la semilla de la yerba mate y la dejaba en condiciones de germinar.
El principio es así: toda vegetación tiene una fauna directamente asociada a ella. En el caso de la yerba mate el tucán es el ave específica que tenía en estas latitudes para deshacer, moler la semilla de yerba, que es muy abigarrada y compacta. Ahora yo la deshago con método mecánico, con un mortero, pero antes lo hacía el tucán, que se alimenta del fruto de la yerba mate, entonces con sus excrementos los iba dispersando y cuando estaban dadas las condiciones las plantas crecían”.
Nin y un socio suyo proyectan una plantación en un terreno ubicado en la Sierra de las Ánimas, esa empinada cuesta que transita por los departamentos de Maldonado y Lavalleja. Allí piensan cultivar 300 árboles de yerba mate. “Ya hicimos una plantación experimental de 100 plantas que fue muy buena. También hemos experimentado con grupos ambientalistas, como Ambá, en Rocha, con buenos resultados”, agrega.
Para lograr la primera cosecha de yerba mate será necesario contar con “una masa vegetal que no provenga de árboles originarios, porque necesitamos proteger toda esa información genética de forma urgente. No vamos a matar a la gallina de los huevos de oro”, advierte.
Mientras aguarda la llegada de ese ansiado día, Nin toma mate con una yerba comercial, “la misma que tomo desde que soy un gurí”. “El mejor mate es el de la mañana, bien temprano, con un litro de agua. Se toma en ayunas y bien amargo. Después el organismo lo pide de ese modo”, asevera. “Acepto algún mate fuera de esa hora si estoy con un desconocido y me lo ofrece, porque eso en campaña es muy sagrado”, aclara.
Presencia en el mercado
Los comercios uruguayos vendieron yerba mate extraída de cultivos espontáneos hasta 1920, de acuerdo a las investigaciones realizadas por Nin. Candiota, un comerciante italiano “que no hizo las cosas bien”, la cosechaba en un campo ubicado entre los límites de Rocha y Maldonado. En ese monte, en 1916 el botánico Miguel Quinteros “llegó a contar 700 árboles de yerba mate por hectárea”. No obstante, la comercialización de este alimento ya estaba en manos de los importadores, al igual que ocurría con el tabaco, otro cultivo muy apetecido por entonces. Los grandes comerciantes uruguayos prefirieron importar de Brasil antes que generar las condiciones para industrializarla en el territorio nacional.
Si se dan por válidos los argumentos de Nin, existirían las condiciones para sembrar y cosechar yerba con éxito en tierras orientales, de modo que podría abastecerse a una población que consume más de 30 millones de kilos anuales. “Que me den un campito y yo se los planto todo y termino con la discusión”, dice, desafiante.
No obstante, cuando se piensa en términos de rentabilidad comercial, la chance de suplantar la yerba importada por un producto cosechado en nuestro país aún parece bastante remota. Nin propone un modelo de producción “a pequeña y mediana escala”, en un proceso paralelo a la recuperación de los montes nativos. “La idea es trabajar con pequeños y medianos productores para que puedan obtener la yerba de forma manual. Ya hay gente que está haciendo yerba. La cantidad que consumen los uruguayos perfectamente la podríamos producir, pero para lograr eso tenemos que prestarle atención al monte nativo”, concluye.
Nuevos cultivadores
En la ruta 109, en las sierras de Rocha, está instalada la comunidad Ambá, integrada por 40 familias, que tiene como norte fortalecer la conservación del ambiente. En ese marco, sus miembros impulsan diferentes iniciativas para proteger la flora y la fauna de la región. Incluso allí funciona la escuela comunitaria La Colmena, a la que concurren los niños de la zona. Ambá también quiere concretar un proyecto de producción de yerba mate. Raúl Nin los asesora en esas plantaciones, que hasta el momento han dado muy buenos resultados, aunque “aún falta bastante” para lograr la primera cosecha.
De punta
Uruguay es el mayor importador de yerba mate del mundo. En 2016 compró, fundamentalmente a Brasil, 30.903.172 kilos de ese producto, por un monto cercano a los 80 millones de dólares, de acuerdo a un informe elaborado el pasado año por COMTRADE, que es la base de datos estadísticos comerciales de la Organización de las Naciones Unidas. El segundo lugar lo ocupó Chile, con la sexta parte de la cantidad importada por Uruguay (5.406.533 kg). Le siguieron Estados Unidos, España, Alemania, Turquía, Líbano, Francia, Bolivia e Irlanda.
Ese año Brasil cosechó 61% de la yerba mate, Argentina 29% y Paraguay 10%. Los habitantes de los países vecinos también son consumidores de yerba mate, aunque no llegan al nivel de los uruguayos. En efecto, en promedio cada habitante de Uruguay consume cerca de 9 kilos por año, mientras que su inmediato perseguidor, el argentino, llega a 7.
Un hábito, un negocio
El mate no es uruguayo, ni argentino, ni paraguayo, ni brasilero. Antes de que llegaran los colonizadores y de que surgieran los Estados independientes, los guaraníes, que habitaban esta región del continente, consumían esa sustancia a la que llamaban caá, después conocida como yerba mate o Ilex paraguariensis. El escritor sanducero Javier Ricca, que ha publicado un par de libros sobre el mate, recuerda que el consumo provocaba una gran “afición”, y se lo hacía con fines “rituales, estimulantes, purgantes, alucinógenos, abortivos o vomitivos”.
Los guaraníes “fueron los grandes responsables” de la difusión de la yerba mate en Sudamérica. A comienzos de la colonización los jesuitas creyeron que “el demonio” se trasmitía mediante esa infusión e intentaron prohibirla, pero poco tiempo después vieron en ella un “negocio lucrativo” para la colonia y organizaron la “explotación sistemática de los yerbales, con las primeras plantaciones artificiales”, que posteriormente eran procesadas en las reducciones. De ese modo, los religiosos católicos evitaban que los guaraníes se internasen en territorios alejados de su control para obtener las ambiciadas hojas. Así, los jesuitas se convirtieron en los principales responsables de la diseminación de la yerba mate “desde el Ecuador hasta Tierra del Fuego”.
Intentos pioneros
En 1965 Julio César Da Rosa (1920-2001), escritor, periodista y por entonces diputado colorado por Treinta y Tres, impulsó un proyecto para analizar la viabilidad del cultivo de yerba mate en territorio uruguayo. Da Rosa conocía los yerbales esparcidos en su departamento, y en ellos avizoró la posibilidad de contrarrestar una ausencia que estaba haciendo mella en los consumidores nacionales, según lo refleja la prensa de esa época. La Junta Honoraria Forestal nombró ese año una comisión especial, encabezada por el botánico Atilio Lombardo, para hacer esos estudios que finalmente no concretaron el anhelo del reconocido intelectual y político olimareño.
Los procesos
La producción industrial de yerba mate contiene varios pasos. Todo comienza en la germinación, donde se desarrollan plantines que son conservados hasta que alcanzan siete centímetros de altura, que posteriormente son cuidados en viveros durante nueve y doce meses. Los plantines son llevados al campo, y a los cuatro años alcanzan el desarrollo para ser cosechados o podados.
Las hojas cortadas son sometidas al sapecado y secado: se le aplica fuego directo para reducir la humedad al porcentaje mínimo. A eso le sigue el canchado y estacionado, que implica una molienda gruesa de la hoja seca. Esa primera molienda se acondiciona en bolsas que son guardadas en depósitos especialmente ambientados. Finalmente, el proceso termina en el tipo de molienda elegida por cada marca comercial y en su posterior envasado y etiquetado.
Raúl Nin es partidario del “sistema guaraní”. Las plantas se cortan entre mayo y agosto. “Después se hace el sapecado, que son 40 segundos en llama directa, y después se acondicionan 30 centímetros de hojas para torrar a 80 grados, a un metro y medio del suelo, para que la yerba no pierda la mateína. Este método es ancestral, tenía un sentido religioso para los guaraníes”. En Rocha, Nin encontró restos de “los famosos calabozos –que significa ‘pieza’–, donde se guardaba la yerba durante dos años en estacionamiento para que afirmara las propiedades”.
Cultivo sin riesgos
Entre fines de 2012 y mediados de 2014 el kilo de yerba subió de 80 a 150 pesos. Para los importadores, ese brusco aumento respondió a un descenso de la oferta provocada por la mudanza de los productores brasileros al cultivo de soja y a una actualización de ajustes de precios que estaban rezagados desde hacía tiempo. Después de ese período el valor se estabilizó, al menos hasta el presente.
La gerenta de marketing de La Selva –firma importadora de yerba desde Brasil–, Camila Rodríguez, aseguró a la diaria que la yerba mate “no es un cultivo en riesgo para nada, porque la gran cantidad de consumidores que hay en la región van a seguir tomando mate por muchos años más”.
Raúl Nin tampoco cree que corra peligro, “aunque la extensión de algunos cultivos puede dañar el ambiente que precisa la yerba”. Para Nin el aumento de precios registrado hace cinco años estuvo relacionado con un crecimiento del consumo en países “no tradicionales”. “Se abrieron nuevos mercados, donde la consumen en diferentes bebidas, como energizantes y otras que son similares al mate cocido. La toman en botellita de plástico, con gas o sin gas, saborizada, con nombre comercial”.
Comenta que “los alemanes, en una colonia que establecieron en el estado de Paraná en Brasil, estudiaron la yerba mate de todos los modos posibles”. “Me llama la atención la ignorancia que existe sobre este tema”, observa.
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