-¿Pero te pega?- me pregunta la policía, una chica jovencita, con el pelo recogido que me recuerda un poco a mi hija.
-¿Te pega o no te pega? Decídete, porque no podemos andar con denuncias por tonterías.
No sé qué decirle.
Porque Luis nunca me dio un puñetazo. Ni una cachete, ni una patada, ni siquiera me empujó. Pero le tengo miedo, igual le tengo mucho miedo cuando hago algo que no le gusta y él me mira y hace ese gesto con las manos, como que aprieta algo, y después descarga un puñetazo contra la pared, cerquita, muy cerquita, de donde está mi cabeza, pero no me pega.
-Estúpida- me dice- Estúpida de mierda, gorda retrasada, te tendría que echar a la calle, a ver quién te aguanta, quién te da de comer- me dice, pero no me pega.
Él sí tiene amigos, a veces vienen a casa, y yo les cocino empanadas de pollo que a él le gustan. Antes me gustaba que vinieran, porque por lo menos veía gente, pero ya no me gusta que venga nadie, porque él se pone gracioso y me dice "la ballena" o les pregunta a los amigos qué hizo para merecer esto, él que tuvo siempre las mujeres más guapas a su alcance, y se pone a recordar las novias que tenía antes de conocerme a mí.
-Me hizo que la preñara para asegurarse la buena vida con un hijo, la gorda- les dice, y se ríe solo, porque nadie más se ríe. Ahora sus amigos tampoco vienen más, y él dice que es porque mis empanadas son un asco. Pura grasa, igual que yo.
-¿Y, te pega o no te pega?- repite la señorita de uniforme, que está perdiendo la paciencia, y empieza a poner el mismo gesto de Luis cuando le sirvo el almuerzo y me dice que le falta sal, o que está crudo, que cómo no voy a saber cocinar con lo que me gusta comer.
No, no me pega, nunca me pega, pero igual quiero que se vaya, igual quiero vivir sin miedo, igual necesito no sobresaltarme cuando escucho el motor de su coche, igual quiero vivir sin ese dolor de estómago que me quedó desde aquella vez que Luisito, mi hijo, trajo una gatita y él la ahogó en la bañera, porque dijo que ya a bastantes vagos daba de comer. Ahí supe que quería que se fuera. O que se muera. O morirme yo, como la gatita que lo arañó un poquito antes de quedarse quieta, con los ojos muy abiertos.
Si tuviera a dónde ir me iría yo, pero no tengo. La casa está a mi nombre porque era de mi abuela, y me la dejó antes de morir porque yo la cuidé en sus últimos años, y es lo único que tengo. Eso y doscientos euros que fui escondiendo de lo que me sobra al mes, sin que él se diera cuenta.
El otro día me encontré con Sandra, mi mejor amiga de la escuela de maquillaje, y me dijo que me veía mal, triste. Me puse a llorar como una boba y le conté todo, pero rápido, porque tenía que volver antes de que él llegara, si no, me iba a dejar encerrada como esa vez que me retrasé en el súper porque había mucha gente y se enojó. Me tuvo encerrada en el dormitorio una semana, solo cuando él venía me dejaba salir para ir al baño. Pero no me pegó.
Sandra dice que lo puedo denunciar, que soy víctima de violencia económica, emocional y verbal, que el juez lo puede echar porque la casa es mía.
Pero ahora la policía me dice que no pueden hacer nada, que trate de hablar con él, porque esto no es cosa para denunciar, porque no me pega, aunque me esté matando...!!!
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