La exhibición de Godín ante el Arsenal reivindica el valor de los zagueros sobrios
"Hay tanta belleza en el mundo que a veces siento que mi corazón no lo puede soportar y va a colapsar", confiesa absorto en un estado emocional casi catártico mi personaje favorito de 'American beauty' mientras filma con su cámara bolsas de plástico bailando con el viento o seres vivos, animales o humanos, agonizando antes de morir. Su fascinación desafía los cánones establecidos de ética y estética y replantea un dilema universal: ¿lo que nos parece bonito nos lo parece porque lo es o nos lo parece porque hemos aprendido que debe parecérnoslo?
En el fútbol, hemos aprendido a apreciar la belleza en un regate, en un tiro con efecto que entra por la escuadra, en un pase en profundidad que supera una defensa colándose por el único hueco posible entre un bosque de piernas, en una estirada ágil y veloz de un portero que evita un gol con sus reflejos superlativos.
Sin embargo, es menos común etiquetar como bella una intervención decisiva de un central que corta acciones de gol gracias a su posicionamiento y colocación, gracias a su intuición y conocimiento del juego, gracias a su oficio que le permite situarse en los lugares exactos para impedir que las asistencias más intencionadas encuentren un rematador.
Estas acciones se valoran y se escribe que han sido "providenciales", "decisivas", "importantísimas", "determinantes". Pero jamás se dice que son bellas. Se elogia su utilidad y su resultado, dándose por supuesto que están desprovistas de carácter estético.
La belleza de la exactitud
Sin embargo, el jueves sentí en el Metropolitano que había una belleza extrema en la exhibición defensiva de Diego Godín. La belleza de la perfección, de la exactitud. De saber siempre en qué lugar exacto hay que estar -y no medio metro más hacia cualquier otra parte-, de saber siempre en qué momento preciso hay que intervenir -y no medio segundo después ni medio segundo antes-.
La belleza de ofrecer al rival el perfil que no domina, pero jamás aquel por el que te puede crujir. La belleza de calcular cuándo es imprescindible hacer el esfuerzo máximo en la carrera o cuándo la mejor opción para ganar es llegar un poquito después para robar cuando el oponente esté frenando y perfilándose.
El Arsenal tiró solo una vez a puerta en el encuentro de vuelta, pero lo habría hecho en seis o siete ocasiones de no haber sido por Godín. Y varias, muy probablemente, habrían acabado en gol -por la posición del remate que no llegó-. El uruguayo fue el mejor jugador del partido de vuelta en Madrid y el más decisivo en el global de la eliminatoria.
En una época en la que la mayoría de elogios se los llevan los centrales que sacan la pelota jugada con elegancia o que exhiben una exuberancia poderosa en las anticipaciones y las carreras, es necesario poner en valor la contribución de los defensores sobrios cuyos partidazos quedan a menudo ocultos porque sus intervenciones son tan rápidas y a priori poco llamativas que no aparecen en las repeticiones.
Es necesario poner en valor a los centrales que defienden.
Cortesía: el Períodico
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