Pensar que la educación sexual solo la brinda cada familia, según su buen saber y entender, es una ingenuidad. La educación sexual de nuestros niños, niñas y adolescentes es parte de una trasmisión cultural que se reproduce día a día en las prácticas y experiencias cotidianas. Se reproduce en la familia, en la escuela, en el consultorio pediátrico, en las jugueterías, en la calle, en los medios de comunicación, en los juegos, los libros, las canciones, las tradiciones y las costumbres, entre otras.
Esta educación sexual hegemónica, que se erige como la verdad, como la normalidad, sostiene principios y valores reñidos con la defensa de los derechos humanos. Porque deviene de una estructura social y cultural, patriarcal, machista, heteronormativa que promueve la violencia y el abuso sexual especialmente de las mujeres y los niños, niñas y adolescentes. Esa es la ideología de género que hoy sustenta la educación sexual que esta cultura enseña a nuestros hijos e hijas.
Otro concepto erróneo, es decir que hay una sola ideología de género (entendiéndose ideología, como un conjunto de ideas y creencias) y entendiéndose género como un concepto que nos permite analizar cómo una cultura establece lo que significa ser varón y ser mujer y cómo deben comportarse y relacionarse los unos con los otros.
Hay distintas ideologías de género que coexisten en nuestra cultura. La ideología de género que impera en nuestra cultura, que domina, que se reproduce día a día y en forma cotidiana, es una ideología que produce discriminación, violencia, exclusión y vulneración de derechos humanos. La doble moral sexual, la heteronorma y el sexo para la procreación son algunas de las principales ideas que se trasmiten en la educación sexual que hoy se impone a nuestros hijos e hijas.
“Las adolescentes son juzgadas con calificativos peyorativos y estigmatizantes como zorras o putas o rápidas cuando ejercen una sexualidad similar a la de sus pares varones”.
La doble moral sexual enseña que el varón tiene una libertad sexual que la mujer no tiene. Los varones no son estigmatizados ni juzgados por tener una vida sexual prolífica, por el contrario, son alentados a ejercer activamente su sexualidad. Las mujeres somos estigmatizadas y pasibles de ser condenadas al escarnio público o sufrir distintas situaciones de violencia si ejercemos nuestra sexualidad fuera de los límites establecidos por la moral sexual imperante.
Casos y ejemplos sobran, pero basta con acercarse a grupos de adolescentes y conversar con ellos, para ver cómo esa doble moral se reproduce y se mantiene intacta. Las adolescentes son juzgadas con calificativos peyorativos y estigmatizantes, como “zorras” o “putas” o “rápidas” cuando ejercen una sexualidad similar a la que ejercen sus pares varones. Estos, por el contrario, son alentados y reforzados en su conducta con calificativos como “ganadores”. Ser ganador, en términos de relaciones sexuales, es un atributivo muy valorado entre los varones de nuestra cultura y se alienta a los varones a perseguir este ideal.
Esta doble moral sexual es responsable de uno de los problemas más acuciantes que tenemos hoy en nuestra sociedad, la violencia hacia las mujeres y en especial la violencia sexual.
“Si una mujer es violentada sexualmente, primero se pone en tela de juicio su palabra, después se evalúa si ella pudo haber provocado la situación”.
Si una mujer es violentada sexualmente, primero se pone en tela de juicio su palabra, después se evalúa si ella pudo haber provocado la situación, dependiendo de cómo iba vestida, si consumió alcohol o drogas, “si se regaló”, “si provocó”, “si aceptó la invitación y se fue en el auto con el tipo”. Viejas ideas como, “la mujer cuando dice no, quiere decir si”, alientan a los varones a someter a las mujeres, a presionar para que diga que sí.
En casos de explotación sexual de niñas y adolescentes, muchas personas consideran que las adolescentes tienen sexo con el Sr. de 50 años, “porque quieren”, “por su propia voluntad”, negando la existencia de abuso de poder y violencia. De hecho, el Sr. de 50 años que paga por sexo a la gurisa de 15, también considera que no está cometiendo daño, que ella lo hace voluntariamente porque le gusta la plata fácil y rápida. Esta creencia viene de su educación sexual machista y violenta que recibió de su familia, su comunidad y su cultura.
Cuando un varón le dice “puta” a una mujer, está condensando en ese término, toda la educación sexual que ha recibido. Una educación sexual que le enseña, que si una mujer elige estar con otro hombre y no con él, es una puta, que si una mujer elige tener muchos compañeros sexuales es una puta, que si una mujer sale de noche, toma alcohol y se viste con poca ropa es una puta y está provocando y si alguien le hace algo que ella no quiere, no la está violentando, no está cometiendo un delito, “está dándole lo que ella pide”.
“Cuando un varón le dice puta a una mujer, está condensando en ese término, toda la educación sexual que ha recibido”.
La doble moral sexual también alienta a los varones, a tener una vida sexual activa sobre el presupuesto de consolidar su heterosexualidad, probarla y demostrarla, así la familia y la comunidad se aseguran de cumplir con otro precepto de esta teoría de género: la heteronorma.
La teoría de género que sustenta la educación sexual que hoy se imparte (de hecho) a nuestros hijos e hijas, es una teoría de género homofóbica y transfóbica, que impone como modelo de normalidad la heterosexualidad y el binarismo sexual. No admite y patologiza otras formas de ser y vivir la orientación sexual y la identidad de género. Y educa a nuestros hijos e hijas en el desprecio, el temor y la estigmatización de la orientación sexual homosexual, educando para la heterosexualidad, inculcándoles a nuestros hijos e hijas que la naturaleza de los seres humanos es ser heterosexual. Esta teoría de género es responsable de la vulneración de derechos, la violencia y la discriminación de las personas cuya orientación sexual no es la heterosexual y limita y reprime la libertad sexual de todas y todos.
Otro de los pilares de nuestra educación sexual imperante, es la idea de que la sexualidad está orientada a la procreación, especialmente en las mujeres. No se admite ser mujer y no desear la maternidad. Las mujeres que no desean ser madres, que no eligen la maternidad como una opción para sus vidas, son puestas en tela de juicio, se las cuestiona y de forma sutil o abierta se las censura o se desliza la idea de que no son mujeres “de verdad”. Con los varones la sociedad es más condescendiente, habilita que un varón decida no tener hijos y no se lo acusa de antinatural o de no ser un “verdadero varón”.
La educación sexual que prevalece hoy, trasmite la idea de que la maternidad es el destino de toda mujer. Una educación sexual responsable, libre e inclusiva debería educar a nuestros hijos e hijas a elegir la maternidad como un proyecto de vida más, entre múltiples opciones posibles. Si así fuera, habría muchos hijos e hijas, agradecidos de llegar a este mundo, en una relación elegida, buscada y bien pensada y no como un hecho “natural” que deviene por sí misma en algún momento de la vida.
La maternidad y la paternidad no es un proyecto de vida que cualquier persona pueda asumir, hacerse cargo de otro ser humano y acompañarlo en su crecimiento de forma respetuosa, responsable y sin violencia no es una tarea para cualquier persona. Para decidir tener hijos e hijas, las personas tenemos que estar preparadas, conscientes, dispuestas y muy atentas a no reproducir con nuestros hijos e hijas, modelos de crianza que han sido nefastos, dolorosos o traumáticos en nuestras experiencias personales.
“La maternidad y la paternidad no es un proyecto de vida que cualquier persona pueda asumir”.
Los niños, niñas y adolescentes no son propiedad de sus padres, son sujetos de derecho que deben ser respetados y cuidados. Esa responsabilidad no puede ser asumida por personas que no están en condiciones de ejercer una maternidad/paternidad respetuosa de los derechos humanos de sus hijos e hijas.
En esta educación sexual orientada a la procreación, un tema tabú es el placer sexual de las mujeres. De hecho en las clases de anatomía que se imparten a nuestros hijos e hijas, se habla de órganos reproductivos y en general, no se enseña a las niñas que en su cuerpo existe un órgano cuya única función es generar placer sexual (clítoris).
Y la lista es mucho más larga, si nos ponemos a analizar profundamente todos los valores, las ideas y las creencias que alienta la teoría de género patriarcal, machista y homofóbica, que hoy nuestra cultura les impone a nuestros hijos e hijas.
Hoy contamos en nuestro país con una Guía de educación sexual para docentes que cuestiona estas ideas y propone nuevas formas de relacionamiento entre las personas. Una Guía de educación sexual que aporta a la construcción de una sociedad más sana, más libre, más inclusiva y más justa. Promueve la educación desde una perspectiva de género y derechos humanos, que implica educar hacia la igualdad entre varones y mujeres, buscando transformar las relaciones de poder, discriminación y violencia que históricamente han caracterizado estos vínculos. Esta Guía nos propone educar hacia la inclusión y la diversidad haciendo de este mundo un lugar para cada persona. Como dice Galeano, “hacer de este mundo la casa de todos” (y de todas, agrego).
Andrea Tuana, es licenciada en Trabajo Social y magister en Políticas Públicas de Igualdad, directora de la ONG El Paso, e integrante de la Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual.
Mag. Andrea Tuana
Cortesía: ECOS
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