Clase de Educación Física en el Colexio Viñagrande de Vilanova de Arousa (Pontevedra). OSCAR CORRAL |
Es una de las asignaturas más relegadas del currículo escolar. Pero sus beneficios deberían suponer una razón más que suficiente para convertirse en una de las protagonistas.
“Si pudiéramos poner en una píldora todos los beneficios del ejercicio físico, tendríamos un gran fármaco a nuestra disposición”. Un todopoderoso. Así se refiere el pediatra Dr. Gerardo Rodríguez a los efectos positivos de mover el cuerpo. Entonces, ¿por qué en la escuela la asignatura de Educación Física tiene tan poco peso? ¿No sería el mejor escenario para hacer ejercicio? No hablamos de preparar a nuestros hijos para la alta competición ni récords olímpicos.
Mucho menos hablamos de quitarles su tiempo libre, de juego, ocio o descanso, que es sagrado. Simplemente hablamos de que, aun conociendo el poder preventivo y curativo del ejercicio, parece un sinsentido dejar la asignatura tan aparcada como está en el currículo actual. “Estamos aprovechando solo un 10% de su potencial”, reclama Víctor Arufe, docente, investigador y director de la Unidad de Investigación del Deporte Escolar, Educación Física y Psicomotricidad (UNIDEF), de la Universidad de A Coruña.
No tenemos esa píldora de la que habla el Dr. Rodríguez, quien es también coordinador del comité de promoción de la salud de la Asociación Española de Pediatría, pero no somos ajenos a las bondades del ejercicio. Los expertos nos lo cuentan por activa y por pasiva. Todos los días tenemos acceso a información sobre nuevas investigaciones que corroboran sus beneficios. De entre los más sonados, combatir el sobrepeso y la obesidad infantil, uno de los problemas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera de los más graves del siglo. En España, cerca del 35% los padece. Un estudio del Imperial Colllege y la OMS, indica que, en el mundo, el número de niños y jóvenes de entre 5 y 19 años con obesidad se ha multiplicado por 10 en los últimos cuatro decenios. ¿Los culpables? Malos hábitos como el sedentarismo.
Víctor Arufe nos resume bien los otros beneficios de la actividad física: “Previene enfermedades, participa en procesos del crecimiento, y, rehabilita la salud. Pero también es socializador e integrador. Durante su práctica, actúan neurotransmisores (dopamina, norepinefrina, noradrenalina y la serotonina, entre otros), que producen una sensación de calma, bienestar, felicidad y disminución de la ansiedad.
Además, supone una buena herramienta para trabajar los valores, la cohesión grupal, el esfuerzo, la constancia, el respeto y el compromiso”. Sin olvidar que también favorece el rendimiento académico: “estudios en neuroeducación confirman que mejora la memoria, activa la atención y la motivación”. En definitiva, el efecto positivo de ejercitarse invade las esferas del desarrollo a nivel físico, psicológico, social, emocional, afectivo y cognitivo.
Estos beneficios parecen ser suficiente argumento a la hora de reflexionar por qué se debería tomar más en cuenta Educación Física como asignatura escolar y universitaria. La OMS recomienda que los niños se ejerciten al menos una hora al día. “Está comprobado que es a partir de 60 minutos cuando se empiezan a obtener sus beneficios”, acota el Dr. Rodríguez. La idea es empezar cuanto antes porque “hacerlo no solo favorece el desarrollo del niño, sino que ayuda a una adultez con menos riesgos de obesidad y sus enfermedades asociadas (cardiovasculares, diabetes, hipercolesterolemia o articulares)”, señala el médico, quien también hace hincapié en que “la infancia es el momento ideal para la prevención, educación y concienciación; es cuando mejor se puede inculcar el hábito en el niño”.
Además, la transversalidad de la asignatura ayuda. “Con ella se pueden trabajar de forma global contenidos de otras materias, como hacer una salida e incorporar conocimientos vinculados a las Ciencias Naturales o trabajar las matemáticas en el pabellón”, afirma el director de la UNIDEF.
El peso de la asignatura en España
Vamos a la cola de Europa en horas dedicadas a la asignatura de Educación Física, especialmente en educación secundaria, muy por debajo de la recomendación mínima de tres clases semanales. Ya en 2013, el estudio europeo Eurydice advertía que en ESO, la asignatura supone solo el 3% o 4% del horario curricular, comparado con el 14% de Francia, y cerca del 20% de Finlandia. “Moverse entre clases debería ser una obligación; incorporar más horas de Educación Física tendría que ser una medida prioritaria del gobierno”, añade Arufe. Esa es la línea de la OMS, que sugiere un compromiso político sostenido y la colaboración de todos los actores de la sociedad para mejorar la calidad de vida de los niños y adultos. Pero la LOMCE traslada a cada comunidad autónoma la competencia de decidir la cantidad de horas dedicada a la asignatura. Por lo general, en educación primaria, la mayoría de los colegios ha optado por dos o tres horas. Siguen sin ser las recomendadas, pero en su defensa, hay que señalar que en estas edades, el recreo es activo y existen otros momentos de la jornada en los que se promueven actividades que incorporan juegos, saltos, bailes, etc.
La adolescencia, la etapa crucial
Sin embargo, todo acaba al llegar al instituto: en ESO se imparten dos horas lectivas a la semana y una en 1º de Bachillerato. En 2º, ni eso, porque es optativa. Todo esto a una edad tan determinante en la que mayores y mejores efectos podrían tener los beneficios del ejercicio. “A esta asignatura solo se le da una minúscula propina de dos horas a la semana”, comenta Víctor Arufe. “El día en que las escuelas incorporen 30 minutos de actividad física cada hora y media de clase teórica, mejoraremos el rendimiento social, afectivo, emocional, cognitivo y físico de los niños”, señala. No solo a los expertos no le salen las cuentas. P.G. tiene 15 años y va a 3º de la ESO, en un instituto público de Madrid. “A esas dos horas semanales hay que restar el tiempo de desplazamiento al gimnasio o pabellón, el cambio de ropa y aseo en los vestuarios. Ah, y las clases teóricas que hacemos en el aula y sentados”. Porque sí, sí, sí.
Hay una parte de teoría, que sería muy bienvenida, si no fuéramos tan pillados de tiempos. P.G. tiene sus horas de deporte “cubiertas” porque practica extraescolares de fútbol y voleibol, pero cuenta que muchos de sus compañeros “no hacen más ejercicio que el del instituto”. En efecto, el estudio Eurydice corrobora que casi el 80% de los niños solo se ejercita en su centro educativo. Esta carencia se extiende a todas las etapas formativas. “Muchos centros de Educación Infantil solo ofrecen una hora semanal de psicomotricidad”, señala Arufe.
Aprender jugando
“La actividad física –continúa el experto- debe servir para que los niños se diviertan, aprendan jugando. Lo ideal sería trabajar en las etapas tempranas todas las habilidades motrices como correr, saltar, trepar, gatear, reptar, lanzar, girar… Y en etapas superiores, empezar con el trabajo de la mejora física: fuerza, velocidad, resistencia, flexibilidad, sin abandonar aspectos como autoestima, autoconocimiento, gestión emocional, motivación y el respeto a las normas y valores. El objetivo es promover lo mejor de cada niño. La Educación Física debe ser un medio motivador para que los niños practiquen deporte más allá del aula. “Si un ‘profe’ consigue que sus alumnos incorporen el deporte a su estilo de vida, se ha de dar por recompensado. Habrá conseguido aportar un ciudadano saludable a la sociedad”.
Buenas iniciativas
Pero no todo está perdido. Hay acciones que dibujan una línea esperanzadora en este sentido. La Escuela Ideo, de Madrid, por ejemplo, acaba de presentar su candidatura a la XII edición de los premios NAOS, de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), que reconocen a los programas cuyos objetivos impulsen la prevención de la obesidad y otras enfermedades derivadas, a través de la alimentación y la práctica regular de actividad física. El director del centro, Jose Canales, cuenta que el proyecto que lleva funcionando en Ideo varios años, incorpora cinco horas de Educación Física a la semana en primaria y cuatro en bachillerato. “Los procesos que se evalúan suelen ser los cognitivos y parece que el resto no importara. Pero la actividad física diaria ayuda al desarrollo personal y social más equilibrado del individuo, mejora la autoestima y la empatía con el otro y potencia el trabajo en equipo. Eso hace que la asignatura sea una propuesta atractiva y transversal del desarrollo holístico del niño”. La jornada escolar del centro en primaria es de 9 a 17, lo que facilita esta inclusión en la carga curricular. Sin embargo, en Bachillerato el horario es de 8 a 14:15 y dedican cuatro horas a la asignatura, sin perjudicar al resto de materias. “La actividad motriz –señala Canales- es una fuente inigualable de aprendizaje, una herramienta lúdica que permite gran motivación en todas las áreas”.
La idea no es restar a la carga lectiva, sino sumar alternativas atractivas para los alumnos, pensadas de manera transversal, incluso en aquellos a quienes no les gusta el deporte, pero que pueden contar con esta herramienta clave para su salud y desarrollo integral.
“Si pudiéramos poner en una píldora todos los beneficios del ejercicio físico, tendríamos un gran fármaco a nuestra disposición”. Un todopoderoso. Así se refiere el pediatra Dr. Gerardo Rodríguez a los efectos positivos de mover el cuerpo. Entonces, ¿por qué en la escuela la asignatura de Educación Física tiene tan poco peso? ¿No sería el mejor escenario para hacer ejercicio? No hablamos de preparar a nuestros hijos para la alta competición ni récords olímpicos.
Mucho menos hablamos de quitarles su tiempo libre, de juego, ocio o descanso, que es sagrado. Simplemente hablamos de que, aun conociendo el poder preventivo y curativo del ejercicio, parece un sinsentido dejar la asignatura tan aparcada como está en el currículo actual. “Estamos aprovechando solo un 10% de su potencial”, reclama Víctor Arufe, docente, investigador y director de la Unidad de Investigación del Deporte Escolar, Educación Física y Psicomotricidad (UNIDEF), de la Universidad de A Coruña.
No tenemos esa píldora de la que habla el Dr. Rodríguez, quien es también coordinador del comité de promoción de la salud de la Asociación Española de Pediatría, pero no somos ajenos a las bondades del ejercicio. Los expertos nos lo cuentan por activa y por pasiva. Todos los días tenemos acceso a información sobre nuevas investigaciones que corroboran sus beneficios. De entre los más sonados, combatir el sobrepeso y la obesidad infantil, uno de los problemas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera de los más graves del siglo. En España, cerca del 35% los padece. Un estudio del Imperial Colllege y la OMS, indica que, en el mundo, el número de niños y jóvenes de entre 5 y 19 años con obesidad se ha multiplicado por 10 en los últimos cuatro decenios. ¿Los culpables? Malos hábitos como el sedentarismo.
Víctor Arufe nos resume bien los otros beneficios de la actividad física: “Previene enfermedades, participa en procesos del crecimiento, y, rehabilita la salud. Pero también es socializador e integrador. Durante su práctica, actúan neurotransmisores (dopamina, norepinefrina, noradrenalina y la serotonina, entre otros), que producen una sensación de calma, bienestar, felicidad y disminución de la ansiedad.
Además, supone una buena herramienta para trabajar los valores, la cohesión grupal, el esfuerzo, la constancia, el respeto y el compromiso”. Sin olvidar que también favorece el rendimiento académico: “estudios en neuroeducación confirman que mejora la memoria, activa la atención y la motivación”. En definitiva, el efecto positivo de ejercitarse invade las esferas del desarrollo a nivel físico, psicológico, social, emocional, afectivo y cognitivo.
Estos beneficios parecen ser suficiente argumento a la hora de reflexionar por qué se debería tomar más en cuenta Educación Física como asignatura escolar y universitaria. La OMS recomienda que los niños se ejerciten al menos una hora al día. “Está comprobado que es a partir de 60 minutos cuando se empiezan a obtener sus beneficios”, acota el Dr. Rodríguez. La idea es empezar cuanto antes porque “hacerlo no solo favorece el desarrollo del niño, sino que ayuda a una adultez con menos riesgos de obesidad y sus enfermedades asociadas (cardiovasculares, diabetes, hipercolesterolemia o articulares)”, señala el médico, quien también hace hincapié en que “la infancia es el momento ideal para la prevención, educación y concienciación; es cuando mejor se puede inculcar el hábito en el niño”.
Además, la transversalidad de la asignatura ayuda. “Con ella se pueden trabajar de forma global contenidos de otras materias, como hacer una salida e incorporar conocimientos vinculados a las Ciencias Naturales o trabajar las matemáticas en el pabellón”, afirma el director de la UNIDEF.
El peso de la asignatura en España
Vamos a la cola de Europa en horas dedicadas a la asignatura de Educación Física, especialmente en educación secundaria, muy por debajo de la recomendación mínima de tres clases semanales. Ya en 2013, el estudio europeo Eurydice advertía que en ESO, la asignatura supone solo el 3% o 4% del horario curricular, comparado con el 14% de Francia, y cerca del 20% de Finlandia. “Moverse entre clases debería ser una obligación; incorporar más horas de Educación Física tendría que ser una medida prioritaria del gobierno”, añade Arufe. Esa es la línea de la OMS, que sugiere un compromiso político sostenido y la colaboración de todos los actores de la sociedad para mejorar la calidad de vida de los niños y adultos. Pero la LOMCE traslada a cada comunidad autónoma la competencia de decidir la cantidad de horas dedicada a la asignatura. Por lo general, en educación primaria, la mayoría de los colegios ha optado por dos o tres horas. Siguen sin ser las recomendadas, pero en su defensa, hay que señalar que en estas edades, el recreo es activo y existen otros momentos de la jornada en los que se promueven actividades que incorporan juegos, saltos, bailes, etc.
La adolescencia, la etapa crucial
Sin embargo, todo acaba al llegar al instituto: en ESO se imparten dos horas lectivas a la semana y una en 1º de Bachillerato. En 2º, ni eso, porque es optativa. Todo esto a una edad tan determinante en la que mayores y mejores efectos podrían tener los beneficios del ejercicio. “A esta asignatura solo se le da una minúscula propina de dos horas a la semana”, comenta Víctor Arufe. “El día en que las escuelas incorporen 30 minutos de actividad física cada hora y media de clase teórica, mejoraremos el rendimiento social, afectivo, emocional, cognitivo y físico de los niños”, señala. No solo a los expertos no le salen las cuentas. P.G. tiene 15 años y va a 3º de la ESO, en un instituto público de Madrid. “A esas dos horas semanales hay que restar el tiempo de desplazamiento al gimnasio o pabellón, el cambio de ropa y aseo en los vestuarios. Ah, y las clases teóricas que hacemos en el aula y sentados”. Porque sí, sí, sí.
Hay una parte de teoría, que sería muy bienvenida, si no fuéramos tan pillados de tiempos. P.G. tiene sus horas de deporte “cubiertas” porque practica extraescolares de fútbol y voleibol, pero cuenta que muchos de sus compañeros “no hacen más ejercicio que el del instituto”. En efecto, el estudio Eurydice corrobora que casi el 80% de los niños solo se ejercita en su centro educativo. Esta carencia se extiende a todas las etapas formativas. “Muchos centros de Educación Infantil solo ofrecen una hora semanal de psicomotricidad”, señala Arufe.
Aprender jugando
“La actividad física –continúa el experto- debe servir para que los niños se diviertan, aprendan jugando. Lo ideal sería trabajar en las etapas tempranas todas las habilidades motrices como correr, saltar, trepar, gatear, reptar, lanzar, girar… Y en etapas superiores, empezar con el trabajo de la mejora física: fuerza, velocidad, resistencia, flexibilidad, sin abandonar aspectos como autoestima, autoconocimiento, gestión emocional, motivación y el respeto a las normas y valores. El objetivo es promover lo mejor de cada niño. La Educación Física debe ser un medio motivador para que los niños practiquen deporte más allá del aula. “Si un ‘profe’ consigue que sus alumnos incorporen el deporte a su estilo de vida, se ha de dar por recompensado. Habrá conseguido aportar un ciudadano saludable a la sociedad”.
Buenas iniciativas
Pero no todo está perdido. Hay acciones que dibujan una línea esperanzadora en este sentido. La Escuela Ideo, de Madrid, por ejemplo, acaba de presentar su candidatura a la XII edición de los premios NAOS, de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), que reconocen a los programas cuyos objetivos impulsen la prevención de la obesidad y otras enfermedades derivadas, a través de la alimentación y la práctica regular de actividad física. El director del centro, Jose Canales, cuenta que el proyecto que lleva funcionando en Ideo varios años, incorpora cinco horas de Educación Física a la semana en primaria y cuatro en bachillerato. “Los procesos que se evalúan suelen ser los cognitivos y parece que el resto no importara. Pero la actividad física diaria ayuda al desarrollo personal y social más equilibrado del individuo, mejora la autoestima y la empatía con el otro y potencia el trabajo en equipo. Eso hace que la asignatura sea una propuesta atractiva y transversal del desarrollo holístico del niño”. La jornada escolar del centro en primaria es de 9 a 17, lo que facilita esta inclusión en la carga curricular. Sin embargo, en Bachillerato el horario es de 8 a 14:15 y dedican cuatro horas a la asignatura, sin perjudicar al resto de materias. “La actividad motriz –señala Canales- es una fuente inigualable de aprendizaje, una herramienta lúdica que permite gran motivación en todas las áreas”.
La idea no es restar a la carga lectiva, sino sumar alternativas atractivas para los alumnos, pensadas de manera transversal, incluso en aquellos a quienes no les gusta el deporte, pero que pueden contar con esta herramienta clave para su salud y desarrollo integral.
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