No es novedad para nadie. Cada vez más parece que la sociedad occidental vive a un ritmo acelerado, con las personas en la calle corriendo de un lado a otro, con menos tiempo para las comidas, para el ocio, y, en general, para todo. Esto hace que todos quedemos más estresados y, como sabemos, el estrés es contagioso.
Que lo diga el pediatra Mário Cordeiro, especialista en el área de la salud infantil y ex profesor universitario. Es autor de varios libros y tiene un nuevo trabajo. "Padres apresurados, Hijos estresados" fue publicado el 15 de febrero y es una edición del Desasosiego. Tiene 240 páginas y está en venta.
El pediatra da consultas a muchos niños que presentan síntomas de estrés debido a la forma en que los padres viven y gestionan su vida. Las comidas a la mesa son uno de los ejemplos que se dan en el nuevo libro.
"Curiosamente, en un momento en que tanto se habla del" regreso a lo básico "y de las dietas del Paleolítico, valga eso lo que sea, la hora de las comidas parece estar cada vez más relegada a segundo (o quincuagésimo segundo) plano", escribe Mário cordero.
"El desayuno rara vez se toma y, cuando lo es, se toma de pie, corriendo, con el cepillo de pelo en una mano y el cepillo de dientes en la otra. En el almuerzo hay cada uno en su lado -los niños en la escuela o solos en casa frente al televisor, los padres en el empleo, los abuelos se sabe allí donde -, la merienda no existe (se traga media docena de ' que se alimentan con las manos al volante o mientras se leen los periódicos en el transporte público, siempre que sean dulces o cargados de azúcar, o bien pasteles fritos) y, finalmente, la cena es a menudo un momento en que cada uno llega a su hora y busca cualquier cosa que le cale el apetito y que no le consuma mucho tiempo para preparar - el día ya va largo y son casi horas de que la alarma toca otra vez , además de que cada uno necesita "urgentemente" para ir a su pantalla, ya sea ordenador, televisión, tablet o teléfono móvil. La comida es vista, así, como 'más una' mazada, una pérdida de tiempo, una molestia consumada, una prueba de la ausencia de libertad para gestionar el (escaso) tiempo de que disponemos. Desafortunadamente, son cada vez menos los que miran al espacio-comida como un espacio de liberación."
En este libro, el pediatra da consejos a los padres para intentar cambiar los hábitos del día a día - el objetivo es mejorar la propia calidad de vida y, por supuesto, la de los hijos. Mário Cordeiro explica de qué forma el estrés de los padres influye en los hijos. NiT entrevistó al especialista.
¿Es muy común tener niños estresados entre sus pacientes? ¿Fue por eso que quise escribir un libro sobre este tema?
Creo que caminamos todos estresados, en cierto grado, pero muchas personas sobrepasan los límites de la razonabilidad y, sí, encuentro a muchos pacientes, padres e hijos, muy angustiados, inquietos y descontentos con sus estilos de vida y con lo cotidiano. La observación de la sociedad, pasatiempo que me fascina, me revela muchas cosas que demuestran este grado de estrés, latente y patente, en la sociedad y, por lo tanto, en las personas, en todos sus ecosistemas: casa, escuela, calle, tiendas, empleos... Hasta en las vacaciones. La razón del libro reside ahí, claro, si bien escribe, también, por placer y por "upgrading" intelectual, dado que me obliga a "ginasticar las neuronas" ya leer, revisar, debatir, investigar, investigar... Mi lado el científico queda radiante con estas cosas, así como el de escritor y lector.
Si los padres están estresados, deben esconderlo de los hijos, para no preocuparse y estresarse?
Creo que el estrés no es susceptible de ocultar. Imposible. Los hijos leen a los padres, el alma de los padres, a través de todo: nuestro sistema nervioso autónomo que, como su nombre indica, es independiente de la voluntad, gestiona la producción hormonal de las suprarrenales y de otras glándulas: las hormonas adrenalínicas y las endorfínicas. Las primeras, cuando se producen en exceso o desajustados, acaban por producir estrés, manifestándose en una serie de detalles comportamentales y fisiológicos, del tono muscular al brillo de la mirada, del timbre de voz a la inquietud de la propia persona. Por supuesto, los padres pueden ahorrar a los hijos de varias maneras: no andar estresados para no caminar, en consecuencia, irritados, sin paciencia, dejando de pensar que "niños son niños" y evitando caer hasta en el ridículo que es decir a un hijo de dos o tres años: "¡No seas niño! "Y cosas así; por otro lado, involucrar a los niños en discusiones y asuntos con acrimonia, que ellas no entienden, sólo quedará para ellas los gritos y gritos, incluso hasta que la discusión pueda ser sobre el Brexit o sobre el fútbol ... Finalmente, el estrés es contagioso, en el sentido de que cuando un elemento de la familia está "al borde de un ataque de nervios", todos los demás se quedan también en estrés, y estoy en creer que este estado de cosas, vivido semanas después de semanas, meses después de meses, mina totalmente el amor, la complicidad, el "trabajo en equipo" de la familia, llevando también, estoy en creer, a muchos de los divorcios, separaciones y conflictos entre padres e hijos.
¿Qué consejos prácticos suele dar a las personas que se enfrentan a este problema?
Las que constan en el libro, en que ejemplifiqué a menudo situaciones de estrés en el cotidiano. La primera y más importante es parar para pensar. Parar para pensar y reflexionar sobre el día a día, sin tener miedo de lo que se puede encontrar, sino, por el contrario, entender que ese proceso de análisis puede conducir a encontrar grados de libertad para ajustes - aunque pequeños - que conducen a una mejor calidad de vida e, incluso, a una nueva jerarquización de las prioridades. Por otro lado, hay que separar claramente nuestra parte de acción, trabajo, escuela, hacer, emprender, etc., y la parte de descanso, placer, goce y afectos... Si esto no se hace, si traemos tendencialmente a casa las "guerras" del trabajo, del tránsito, del "mundo allá afuera", entonces estará todo contaminado y los niños, claro, serán los primeros en sufrir con eso y de una forma muy violenta. Es bueno tener esto en mente, cuando nos preguntamos sobre qué tipo de vida queremos tener y proporcionar a nuestros hijos. Andamos corriendo, corriendo, corriendo, arrasando todo y todos, pero hacia dónde, para qué y por qué?
¿Cuáles son las causas más comunes para el estrés de los padres que a su vez pasa a los hijos?
La relación laboral, que en nuestro país es completamente absurda (y la escolar, en los niños), superando lo que el trabajo debe constituir: una forma de dignificación del ser humano, de utilidad social, de realización de talentos y capacidades, y no de la esclavitud; el tránsito o, dicho de otra forma, los desplazamientos, los problemas de movilidad, las horas y horas que se pierden, diariamente, dentro de un automóvil a vociferar con todo y todos; la crispación relacional, muy común a todos los niveles, hasta cuándo vamos a pedir un café en una terraza o comprar el periódico en el quiosco, y las redes sociales que estimulan el dislate, la agresión, la violencia verbal en el anonimato y el descargar catártico de todo lo que hay de peor en la condición humana. La tecnología, que prezo y de la cual gusto y uso, cuando hiper-utilizada y no controlada, también invade el espacio de descanso mental y físico, y "estancamiento" con el equilibrio de la persona y de las que la rodean. Los hijos, obviamente, son las primeras víctimas de esta situación, no sólo porque son los "sacos de golpe" del estrés de los padres, sino porque son forzados, desde el nacimiento, a ritmos y hábitos que, muchas veces, están en plena contradicción con sus necesidades irreductibles biológicas, psicológicas y sociales.
¿Qué otros problemas es que el estrés suele desencadenarse en los niños?
Lo mismo que en los adultos: irritabilidad, desconcentración, incapacidad de escuchar al otro y hasta de reconocer que puede tener razón, obstinación, egocentrismo, falta de paciencia, voluntad de "emigrar a una isla desierta", mal desempeño escolar... En fin, cortejo de actitudes y comportamientos (y sentimientos) que no son nada buenos y que se resumen a mucha infelicidad, frustración y más estrés.
Que lo diga el pediatra Mário Cordeiro, especialista en el área de la salud infantil y ex profesor universitario. Es autor de varios libros y tiene un nuevo trabajo. "Padres apresurados, Hijos estresados" fue publicado el 15 de febrero y es una edición del Desasosiego. Tiene 240 páginas y está en venta.
El pediatra da consultas a muchos niños que presentan síntomas de estrés debido a la forma en que los padres viven y gestionan su vida. Las comidas a la mesa son uno de los ejemplos que se dan en el nuevo libro.
"Curiosamente, en un momento en que tanto se habla del" regreso a lo básico "y de las dietas del Paleolítico, valga eso lo que sea, la hora de las comidas parece estar cada vez más relegada a segundo (o quincuagésimo segundo) plano", escribe Mário cordero.
"El desayuno rara vez se toma y, cuando lo es, se toma de pie, corriendo, con el cepillo de pelo en una mano y el cepillo de dientes en la otra. En el almuerzo hay cada uno en su lado -los niños en la escuela o solos en casa frente al televisor, los padres en el empleo, los abuelos se sabe allí donde -, la merienda no existe (se traga media docena de ' que se alimentan con las manos al volante o mientras se leen los periódicos en el transporte público, siempre que sean dulces o cargados de azúcar, o bien pasteles fritos) y, finalmente, la cena es a menudo un momento en que cada uno llega a su hora y busca cualquier cosa que le cale el apetito y que no le consuma mucho tiempo para preparar - el día ya va largo y son casi horas de que la alarma toca otra vez , además de que cada uno necesita "urgentemente" para ir a su pantalla, ya sea ordenador, televisión, tablet o teléfono móvil. La comida es vista, así, como 'más una' mazada, una pérdida de tiempo, una molestia consumada, una prueba de la ausencia de libertad para gestionar el (escaso) tiempo de que disponemos. Desafortunadamente, son cada vez menos los que miran al espacio-comida como un espacio de liberación."
En este libro, el pediatra da consejos a los padres para intentar cambiar los hábitos del día a día - el objetivo es mejorar la propia calidad de vida y, por supuesto, la de los hijos. Mário Cordeiro explica de qué forma el estrés de los padres influye en los hijos. NiT entrevistó al especialista.
¿Es muy común tener niños estresados entre sus pacientes? ¿Fue por eso que quise escribir un libro sobre este tema?
Creo que caminamos todos estresados, en cierto grado, pero muchas personas sobrepasan los límites de la razonabilidad y, sí, encuentro a muchos pacientes, padres e hijos, muy angustiados, inquietos y descontentos con sus estilos de vida y con lo cotidiano. La observación de la sociedad, pasatiempo que me fascina, me revela muchas cosas que demuestran este grado de estrés, latente y patente, en la sociedad y, por lo tanto, en las personas, en todos sus ecosistemas: casa, escuela, calle, tiendas, empleos... Hasta en las vacaciones. La razón del libro reside ahí, claro, si bien escribe, también, por placer y por "upgrading" intelectual, dado que me obliga a "ginasticar las neuronas" ya leer, revisar, debatir, investigar, investigar... Mi lado el científico queda radiante con estas cosas, así como el de escritor y lector.
Si los padres están estresados, deben esconderlo de los hijos, para no preocuparse y estresarse?
Creo que el estrés no es susceptible de ocultar. Imposible. Los hijos leen a los padres, el alma de los padres, a través de todo: nuestro sistema nervioso autónomo que, como su nombre indica, es independiente de la voluntad, gestiona la producción hormonal de las suprarrenales y de otras glándulas: las hormonas adrenalínicas y las endorfínicas. Las primeras, cuando se producen en exceso o desajustados, acaban por producir estrés, manifestándose en una serie de detalles comportamentales y fisiológicos, del tono muscular al brillo de la mirada, del timbre de voz a la inquietud de la propia persona. Por supuesto, los padres pueden ahorrar a los hijos de varias maneras: no andar estresados para no caminar, en consecuencia, irritados, sin paciencia, dejando de pensar que "niños son niños" y evitando caer hasta en el ridículo que es decir a un hijo de dos o tres años: "¡No seas niño! "Y cosas así; por otro lado, involucrar a los niños en discusiones y asuntos con acrimonia, que ellas no entienden, sólo quedará para ellas los gritos y gritos, incluso hasta que la discusión pueda ser sobre el Brexit o sobre el fútbol ... Finalmente, el estrés es contagioso, en el sentido de que cuando un elemento de la familia está "al borde de un ataque de nervios", todos los demás se quedan también en estrés, y estoy en creer que este estado de cosas, vivido semanas después de semanas, meses después de meses, mina totalmente el amor, la complicidad, el "trabajo en equipo" de la familia, llevando también, estoy en creer, a muchos de los divorcios, separaciones y conflictos entre padres e hijos.
¿Qué consejos prácticos suele dar a las personas que se enfrentan a este problema?
Las que constan en el libro, en que ejemplifiqué a menudo situaciones de estrés en el cotidiano. La primera y más importante es parar para pensar. Parar para pensar y reflexionar sobre el día a día, sin tener miedo de lo que se puede encontrar, sino, por el contrario, entender que ese proceso de análisis puede conducir a encontrar grados de libertad para ajustes - aunque pequeños - que conducen a una mejor calidad de vida e, incluso, a una nueva jerarquización de las prioridades. Por otro lado, hay que separar claramente nuestra parte de acción, trabajo, escuela, hacer, emprender, etc., y la parte de descanso, placer, goce y afectos... Si esto no se hace, si traemos tendencialmente a casa las "guerras" del trabajo, del tránsito, del "mundo allá afuera", entonces estará todo contaminado y los niños, claro, serán los primeros en sufrir con eso y de una forma muy violenta. Es bueno tener esto en mente, cuando nos preguntamos sobre qué tipo de vida queremos tener y proporcionar a nuestros hijos. Andamos corriendo, corriendo, corriendo, arrasando todo y todos, pero hacia dónde, para qué y por qué?
¿Cuáles son las causas más comunes para el estrés de los padres que a su vez pasa a los hijos?
La relación laboral, que en nuestro país es completamente absurda (y la escolar, en los niños), superando lo que el trabajo debe constituir: una forma de dignificación del ser humano, de utilidad social, de realización de talentos y capacidades, y no de la esclavitud; el tránsito o, dicho de otra forma, los desplazamientos, los problemas de movilidad, las horas y horas que se pierden, diariamente, dentro de un automóvil a vociferar con todo y todos; la crispación relacional, muy común a todos los niveles, hasta cuándo vamos a pedir un café en una terraza o comprar el periódico en el quiosco, y las redes sociales que estimulan el dislate, la agresión, la violencia verbal en el anonimato y el descargar catártico de todo lo que hay de peor en la condición humana. La tecnología, que prezo y de la cual gusto y uso, cuando hiper-utilizada y no controlada, también invade el espacio de descanso mental y físico, y "estancamiento" con el equilibrio de la persona y de las que la rodean. Los hijos, obviamente, son las primeras víctimas de esta situación, no sólo porque son los "sacos de golpe" del estrés de los padres, sino porque son forzados, desde el nacimiento, a ritmos y hábitos que, muchas veces, están en plena contradicción con sus necesidades irreductibles biológicas, psicológicas y sociales.
¿Qué otros problemas es que el estrés suele desencadenarse en los niños?
Lo mismo que en los adultos: irritabilidad, desconcentración, incapacidad de escuchar al otro y hasta de reconocer que puede tener razón, obstinación, egocentrismo, falta de paciencia, voluntad de "emigrar a una isla desierta", mal desempeño escolar... En fin, cortejo de actitudes y comportamientos (y sentimientos) que no son nada buenos y que se resumen a mucha infelicidad, frustración y más estrés.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario