Es la fundadora de la primera escuela al aire libre de España, un modelo educativo que va a más en Galicia. «Hay que romper el "arresto domiciliario" y salir ahí fuera. Es una pena que un niño no pise el barro por no mancharse los zapatos», afirma
El juego es la mejor herramienta de desarrollo intelectual, físico y emocional, asegura Katia Hueso, que nació «un tórrido 14 de julio» en Madrid y fundó hace ya ocho años en un monte a las puertas del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama la primera escuela infantil al aire libre de España. Hoy son una treintena, y las escuelas bosque, una tendencia en boga en Galicia. «Somos naturaleza, hay que volver a la esencia.
Y está en la esencia del juego que el juego sea libre», apunta esta bióloga y madre de tres hijas. Ellas fueron las que le dieron el empujón para montar su proyecto y romper el molde educativo. «Sí, la culpa la tienen ellas -ríe Katia-. Cuando nacieron, empecé a pensar de dónde venía esta afición por la naturaleza, que está en mis genes. Al escolarizar a mis hijas vi que lo que había alrededor eran centros convencionales, con proyectos muy curriculares».
¿Por qué es importante jugar y que el juego sea libre? «El juego es una necesidad vital, una herramienta de supervivencia, un instinto que no se puede reprimir. Y para obtener todo el rendimiento del juego, tiene que haber esa fase de creación, de decisión y de negociación entre compañeros de juego. Con un juego muy dirigido por adultos perderíamos el gran motor que es la motivación y un aprendizaje importante de habilidades sociales o de uso del lenguaje», afirma la autora de Jugar al aire libre.
-El modelo de una escuela al aire libre no consiste en soltar a los niños por el bosque y dejaros solos...
No. El acompañamiento del adulto es siempre importante. Pero muchas veces lo que ves como adulto es que hay que dar un paso atrás, y limitarte a intervenir cuando hace falta, sin molestar ni complicar, solo en situaciones de peligro o conflicto. Yo lo comparo a la mosca que está en la pared: estás allí, viéndolo todo, pero nadie te presta atención a ti. Es un rol importante, no meterse en la acción pero estar, con capacidad de reacción.
-Tampoco es un mundo ideal.
No. Aquí los conflictos surgen, como en todas partes, y los niños aprenden a trabajarlos de la forma más autónoma posible, ¡lo cual no quiere decir que les dejemos pegarse por un palo!
-¿Adultos y niños podemos convivir a un mismo nivel?
Los adultos tienen una cosa ineludible, la experiencia de vida. A los adultos se nos presupone más experiencia. En determinadas situaciones debe prevalecer la decisión del adulto. Por ejemplo, cuando jugamos al aire libre y hay amenaza de tormenta es el adulto el que debe decidir. Sabe anticiparse a lo que viene.
«Somos naturaleza», tu libro anterior, nos familiarizó con el concepto de vitamina N. ¿Qué es?
-Algo que, afortunadamente, no cuesta nada. La vitamina N no se dispensa en farmacias, pero sí está disponible al aire libre, en la naturaleza en un sentido muy amplio. No tenemos que irnos a un parque nacional. Basta con salir ahí fuera. En Galicia tenéis mucha vitamina N en el paisaje.
¿Tenemos que cambiar el chip?
Hay que cambiar el chip a escala social, y no quiero que ningún padre se sienta apuntado con el dedo. Hemos ido cayendo en la espiral del miedo. Por un lado es eso de «Uy, ¿qué les va a pasar a los niños si les dejo solos por ahí?», y por otro, una competitividad feroz que se refleja en la agenda infantil. Queremos que hablen inglés y chino desde pequeños, que toquen un instrumento, que tengan su currículo antes de salir de la escuela... A veces parecen pequeños adultos. La frontera entre infancia y edad adulta se está borrando.
Como padre, te mueves en función de tu tiempo, tus ingresos y de lo que hace tu entorno; la presión es inevitable y a veces te sientes atrapado, ¿no? Somos seres sociales.
Sí. Hay mucha presión por parte de los pares. No de los padres, sino de los pares, de gente que es como tú. Y así entramos en una espiral de actividades programadas, de ansiedad que deberíamos romper.
¿Es más sencillo de lo que parece?
Sí, no necesitamos ningún organismo que nos provea de naturaleza, ¿no?
Hoy hay piscinas de bolas, campamentos de todo tipo, salones infantiles... Pero ya no jugamos en la calle.
Necesitamos calles adecuadas. Hay calles que mantienen el espíritu de las de hace 40 años, con parques, barrios y plazas... Esas calles sí. No me refiero al paseo de la Castellana de Madrid.
¿Hay que humanizar la ciudad?
Sí. Vivimos en una sociedad adultocéntrica, en la que está casi todo pensado para un adulto de entre 20 y 50 años, sano, ágil, con un estatus, y la ciudad debería adaptarse a otros colectivos.
¿Sí a los límites?
¡Claro! Es algo que los niños ven bien jugando al aire libre. Los límites son pocos pero claros. Al aire libre tienes 4 normas, que son las esenciales, quitas la morralla y te quedas con la esencia.
¿Cómo detectamos que un niño tiene el síndrome de déficit de juego?
Son niños con dificultades para procesar lo que les pasa, que sienten ira o tristeza. Hay una epidemia de diagnósticos de falta de atención, y creo que habría que hacer el experimento de dejar a ese niño jugar libremente y ver qué pasa. A lo mejor, se atenúa el problema.
Una escena en muchos parques de las ciudades, en la que me reconozco: «¡No me metas los pies ahí! Es que no ves que te manchas los zapatos...».
¡Pues habría que celebrarlo! El barro es el príncipe de los juguetes, decía Tonucci. A los niños hay que regalarles charcos. La naturaleza te ofrece todos los juguetes que puedas imaginar. Mi amiga María Mallorca habla de las cuatro pes, las piedras, los palos, las piñas y las plumas. Luego hay otras cosas que no empiezan por pe, la tierra, la arena, el agua, las semillas, las hojas... La naturaleza da «juguetes» que nos permiten crear de aquí al infinito, todo lo que queramos
El juego es la mejor herramienta de desarrollo intelectual, físico y emocional, asegura Katia Hueso, que nació «un tórrido 14 de julio» en Madrid y fundó hace ya ocho años en un monte a las puertas del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama la primera escuela infantil al aire libre de España. Hoy son una treintena, y las escuelas bosque, una tendencia en boga en Galicia. «Somos naturaleza, hay que volver a la esencia.
Y está en la esencia del juego que el juego sea libre», apunta esta bióloga y madre de tres hijas. Ellas fueron las que le dieron el empujón para montar su proyecto y romper el molde educativo. «Sí, la culpa la tienen ellas -ríe Katia-. Cuando nacieron, empecé a pensar de dónde venía esta afición por la naturaleza, que está en mis genes. Al escolarizar a mis hijas vi que lo que había alrededor eran centros convencionales, con proyectos muy curriculares».
¿Por qué es importante jugar y que el juego sea libre? «El juego es una necesidad vital, una herramienta de supervivencia, un instinto que no se puede reprimir. Y para obtener todo el rendimiento del juego, tiene que haber esa fase de creación, de decisión y de negociación entre compañeros de juego. Con un juego muy dirigido por adultos perderíamos el gran motor que es la motivación y un aprendizaje importante de habilidades sociales o de uso del lenguaje», afirma la autora de Jugar al aire libre.
-El modelo de una escuela al aire libre no consiste en soltar a los niños por el bosque y dejaros solos...
No. El acompañamiento del adulto es siempre importante. Pero muchas veces lo que ves como adulto es que hay que dar un paso atrás, y limitarte a intervenir cuando hace falta, sin molestar ni complicar, solo en situaciones de peligro o conflicto. Yo lo comparo a la mosca que está en la pared: estás allí, viéndolo todo, pero nadie te presta atención a ti. Es un rol importante, no meterse en la acción pero estar, con capacidad de reacción.
-Tampoco es un mundo ideal.
No. Aquí los conflictos surgen, como en todas partes, y los niños aprenden a trabajarlos de la forma más autónoma posible, ¡lo cual no quiere decir que les dejemos pegarse por un palo!
-¿Adultos y niños podemos convivir a un mismo nivel?
Los adultos tienen una cosa ineludible, la experiencia de vida. A los adultos se nos presupone más experiencia. En determinadas situaciones debe prevalecer la decisión del adulto. Por ejemplo, cuando jugamos al aire libre y hay amenaza de tormenta es el adulto el que debe decidir. Sabe anticiparse a lo que viene.
«Somos naturaleza», tu libro anterior, nos familiarizó con el concepto de vitamina N. ¿Qué es?
-Algo que, afortunadamente, no cuesta nada. La vitamina N no se dispensa en farmacias, pero sí está disponible al aire libre, en la naturaleza en un sentido muy amplio. No tenemos que irnos a un parque nacional. Basta con salir ahí fuera. En Galicia tenéis mucha vitamina N en el paisaje.
¿Tenemos que cambiar el chip?
Hay que cambiar el chip a escala social, y no quiero que ningún padre se sienta apuntado con el dedo. Hemos ido cayendo en la espiral del miedo. Por un lado es eso de «Uy, ¿qué les va a pasar a los niños si les dejo solos por ahí?», y por otro, una competitividad feroz que se refleja en la agenda infantil. Queremos que hablen inglés y chino desde pequeños, que toquen un instrumento, que tengan su currículo antes de salir de la escuela... A veces parecen pequeños adultos. La frontera entre infancia y edad adulta se está borrando.
Como padre, te mueves en función de tu tiempo, tus ingresos y de lo que hace tu entorno; la presión es inevitable y a veces te sientes atrapado, ¿no? Somos seres sociales.
Sí. Hay mucha presión por parte de los pares. No de los padres, sino de los pares, de gente que es como tú. Y así entramos en una espiral de actividades programadas, de ansiedad que deberíamos romper.
¿Es más sencillo de lo que parece?
Sí, no necesitamos ningún organismo que nos provea de naturaleza, ¿no?
Hoy hay piscinas de bolas, campamentos de todo tipo, salones infantiles... Pero ya no jugamos en la calle.
Necesitamos calles adecuadas. Hay calles que mantienen el espíritu de las de hace 40 años, con parques, barrios y plazas... Esas calles sí. No me refiero al paseo de la Castellana de Madrid.
¿Hay que humanizar la ciudad?
Sí. Vivimos en una sociedad adultocéntrica, en la que está casi todo pensado para un adulto de entre 20 y 50 años, sano, ágil, con un estatus, y la ciudad debería adaptarse a otros colectivos.
¿Sí a los límites?
¡Claro! Es algo que los niños ven bien jugando al aire libre. Los límites son pocos pero claros. Al aire libre tienes 4 normas, que son las esenciales, quitas la morralla y te quedas con la esencia.
¿Cómo detectamos que un niño tiene el síndrome de déficit de juego?
Son niños con dificultades para procesar lo que les pasa, que sienten ira o tristeza. Hay una epidemia de diagnósticos de falta de atención, y creo que habría que hacer el experimento de dejar a ese niño jugar libremente y ver qué pasa. A lo mejor, se atenúa el problema.
Una escena en muchos parques de las ciudades, en la que me reconozco: «¡No me metas los pies ahí! Es que no ves que te manchas los zapatos...».
¡Pues habría que celebrarlo! El barro es el príncipe de los juguetes, decía Tonucci. A los niños hay que regalarles charcos. La naturaleza te ofrece todos los juguetes que puedas imaginar. Mi amiga María Mallorca habla de las cuatro pes, las piedras, los palos, las piñas y las plumas. Luego hay otras cosas que no empiezan por pe, la tierra, la arena, el agua, las semillas, las hojas... La naturaleza da «juguetes» que nos permiten crear de aquí al infinito, todo lo que queramos
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