El pedagogo italiano explicó, en entrevista con la diaria, por qué invita a las escuelas a abandonar los deberes.
Francesco Tonucci, maestro, pedagogo, ilustrador y creador del programa La ciudad de los niños, estuvo esta semana en Montevideo. Llenó una sala para 1.000 personas con la conferencia “Los niños y niñas piensan de otra manera”, tuvo encuentros con jerarcas de la Intendencia de Montevideo para promover la aplicación de su proyecto en Montevideo y participó en la primera sesión del año del Parlamento de Niñas, Niños y Adolescentes, el martes. En entrevista con la diaria, profundizó algunas de las ideas que manejó en su conferencia, por ejemplo, fundamentando por qué las escuelas no deberían mandar más deberes, y por qué los alumnos no son buenos o malos, sino que la que debe ser buena es la escuela.
La città dei bambini es un proyecto sobre autonomía y tiempo libre que, al comienzo de su conferencia del lunes, graficó con ejemplos como el de este video: ladiaria.com.uy/Ute. El italiano llama a las familias y a las ciudades a trabajar “para que los niños puedan volver a vivir la calle” y a ponerse “del lado de los niños y en contra de los autos”.
Has dicho que la escuela ya no tiene que enseñar las cosas. ¿Cuál es su rol hoy?
Te refieres a una polémica que salió en La Nación hace unos años, sobre una frase que decía que la escuela no debería preocuparse tanto de enseñar, que lo hacen mejor otros instrumentos, y que yo esperaba de la escuela cosas más importantes. Sigo pensando que todo lo que es aprendizaje, en el sentido más corriente, en referencia a información, hoy en día los niños lo reciben por todos los medios, con lo que perderse demasiado en esto no vale la pena.
Yo de la escuela espero algunas cosas básicas, mucho más importantes. Una, lo que decía en la conferencia: que ayude a todos los niños y niñas a descubrir su vocación, de manera que se pueda cumplir con la ley, que la escuela sea el lugar donde se desarrollan las potencialidades y las capacidades de cada uno de los alumnos hasta el máximo nivel posible. Esto dice el artículo 29 de la Convención sobre los Derechos del Niño, que es ley nacional en Uruguay desde 1990. Uno de los papeles fundamentales de la escuela es ayudar a los alumnos a descubrir su vocación y desarrollarla al máximo nivel posible. Esto debería tener como consecuencia que los niños lleguen a ser muy capaces en lo suyo. Yo creo que si permitimos a cada uno a desarrollar lo que Gabriel García Márquez llamaba su “juguete preferido”, también tendrá ganas de recuperar lo que le falta.
Yo no pienso en una escuela donde una persona que tiene una vocación por el canto o para la artesanía debe desarrollar sólo eso y nada más. Así como lo pienso para los matemáticos y para los que tienen una vocación literaria, me gustaría que desarrollaran también el canto, la manualidad, el dibujo y el arte. Espero que los que tienen una capacidad manual, musical o artística también puedan recuperar una parte de estas competencias, literaria y matemática, que seguro son muy útiles en la vida, pero reconociendo su competencia principal, por lo que los alumnos deberían ser buenos porque tienen algo de especial. Uno es bueno porque tiene una manualidad muy alta, otro porque tiene una capacidad matemática muy alta... y cada uno puede ser el mejor. Esa es la idea.
La segunda cosa que me parece importante, especialmente hoy en día, cuando la tecnología invita a los niños a vivir solos –hay estudios que muestran que están bajando todos los aspectos de encuentros y de amistades–, es que la escuela tiene un papel muy importante en todo lo que puede considerarse social, por ejemplo, el trabajo de grupo. La escuela no puede seguir diciendo que no se puede copiar, que cada uno a lo suyo... Al contrario, debería favorecer el trabajo grupal. A mí me gusta mucho el texto colectivo, escribir juntos. Cada uno escribe una frase, después se eligen las mejores y se juntan hasta formar un texto que al final no es de nadie porque es de todos. Tampoco pienso que es la única forma de desarrollar la escritura, pero es una, y junto a la individual sería interesante desarrollar también esto.
Por último, diría que la escuela, como su papel de fondo, tiene que ser capaz de aprobar. Un maestro italiano al que quise mucho, Mario Lodi, que falleció hace pocos años, en una carta que escribió a los padres después de una semana de escuela, decía: “Conocía a vuestros hijos, todos tienen una inteligencia normal, con todas las diversidades debidas a las distintas experiencias, con lo cual, desde ahora, puedo decir que todos ya aprobaron quinto de primaria, con el seguimiento de los conocimientos mínimos que proponen los programas”. Era la primera semana de primer año de primaria. “Y si esto no ocurre, la culpa será del maestro y de la escuela”. Me parece que eso es un buen maestro y da una buena definición de la escuela: la escuela tiene que aprobar, pero no porque son buenos los alumnos, sino porque es buena la escuela. Necesitamos una escuela para los últimos, no para los buenos. [El educador italiano Lorenzo] Milani decía muchas veces: “La escuela parece un hospital para sanos, que rechaza los enfermos”.
¿Por qué todas las escuelas deberían tener un consejo de participación de estudiantes?
Por lo menos por dos razones de fondo. Una, porque lo dice la ley, con lo cual la escuela que no lo tiene es una escuela ilegal. Si la Convención es una ley, el artículo 12 dice que los niños tienen derecho a ser escuchados y a expresar su opinión cuando se toman decisiones que los afectan...
La segunda es que la escuela se beneficiaría mucho de la participación de los niños, que puedan asumir la escuela como su escuela y, con eso, preocuparse por que funcione mejor que como funciona. Que los niños están contentos dentro de la escuela, identificar las razones por las cual no lo están y, posiblemente, en acuerdo con el director de la escuela, superar estas cosas que no funcionan. La escuela debería desear esto con toda su alma, porque es una manera de acercar a los niños, por eso no se entiende por qué no hacerlo. Claro, esto rompe un esquema mental que quiere que los niños escuchen y no que sean escuchados. En la escuela los niños están sentados, callados, escuchando lo que hablan los maestros. Esta propuesta da vuelta esto: dice que vale la pena escucharlos.
Dije que iba a decir dos razones, pero digo tres. Por último, los niños tienen algo para decir. Los niños llevan consigo una vida. Cuando empiezan la escuela, con seis años, saben cosas, y cada uno sabe de forma distinta, con lo cual para un maestro escuchar a los niños es algo imprescindible, porque de lo contrario no sabe qué proponer. ¿Cómo puede empezar a proponer si no sabe cómo están sus alumnos? La única manera de hacerlo es pensar que los alumnos llegan con un nivel cero, pero eso es falso. Si están todos a nivel cero yo puedo empezar, que me escuchen, que aprendan, y después medir cuánto han aprendido. Todo esto es una manera de pensar que no tiene ninguna relación con la realidad. Los niños son distintos, los niños saben; nosotros no sabemos lo que saben, por lo cual si queremos evaluarlos tenemos que conocer el punto de partida.
En tiempos en que se multiplican las escuelas de doble horario o en que los niños tienen muchas actividades extracurriculares, además de ir a la escuela, enfatizás en la importancia del tiempo libre y del juego en el proceso de aprendizaje. ¿Por qué?
Creo que la escuela debería estar muy interesada en que sus alumnos vivan el tiempo libre fuera de casa, con los amigos, teniendo experiencias que les gusten, porque en una experiencia que viven con gusto, con interés, seguro van a ocurrir cosas, algún descubrimiento, alguna sorpresa; cosas que encienden curiosidades. Eso es material bueno para la escuela. Cuando [el maestro y pedagogo francés Célestin] Freinet proponía el texto libre, proponía una técnica escolar muy particular: si cuando estáis fuera de la escuela os ocurre algo de interesante y que pensáis que puede ser interesante para vuestros compañeros –primera condición–, si queréis –no es obligatorio, al contrario–, podéis escribirlo brevemente y llevarlo a la escuela. Luego, cuando llegamos a la escuela vamos a leer los textos libres que llegaron, y después se abre un debate, se hace una selección y se imprime el texto libre elegido, para ponerlo en el periódico escolar. Repito: la escuela debería estar interesada en que los niños puedan llevar algo. Hoy en día esto no es posible, porque lo que hacen fuera de la escuela es tan aburrido y tan controlado por los adultos que no tiene nada que pueda ser interesante.
El segundo aspecto es un análisis pedagógico. Los deberes, que normalmente ocupan el tiempo de la tarde, así como las actividades, desde mi punto de vista no tienen ningún interés pedagógico. No consiguen tener los resultados que presumen; normalmente se justifican diciendo que son para ayudar a los más débiles, que haciendo ejercicios recuperan. El tema es que los más débiles casi siempre tienen familias muy débiles, en particular culturalmente, que no pueden ayudarlos. Muchas veces los padres y las madres de estos niños saben menos que sus hijos, que saben ya poco, con lo cual son niños que vuelven a casa, no encuentran a nadie que pueda ayudarlos y no hacen los deberes o, si los hacen, los hacen mal. Por el contrario, es más probable que los niños que los necesitan menos tengan padres preocupados, atentos, que los ayudan. Con esto, al día siguiente, la diferencia entre esos dos niños es un poco mayor. Entonces, de esta manera no se consiguen lo que se presume, sino que se consigue el resultado opuesto.
Con esto no quiero decir que no hay que hacer ejercicios ni profundizar, digo solamente que si lo necesitan algunos alumnos, o todos, la escuela tiene que hacerlo en su horario, bajo la garantía de los maestros que, tenemos que reconocerlo, son responsables de esta laguna. Si un niño no aprendió, es porque el maestro no ha sabido enseñarle. Después podemos examinar todas las justificaciones, pero es así. El que enseña es el maestro; si los alumnos no aprenden, el maestro de alguna manera no ha conseguido llegar a su objetivo.
Esa afirmación es bastante confrontativa con los maestros.
Es la frase de Lodi que cité antes: “Si esto no ocurre, la culpa será del maestro”. Un padre me paró un día, me mostró el cuaderno de su hija, que estaba en primer año de primaria, y me dijo: “Mira, la niña cuando escribe se equivoca siempre entre b y v”. “Tenéis que hacer ejercicios”. “Yo a mi hija le enseñé a hablar, y cuando habla no se equivoca nunca. A escribir le enseñó el maestro. ¿Por qué soy yo el que tiene que hacer ejercicios?”.
¿Cómo conciliar la importancia del tiempo libre y del juego entre los niños con los tiempos familiares, con la incorporación de la mujer al mercado de trabajo? Muchas veces los padres no tienen opciones a enviar por varias horas a sus hijos a la escuela.
Aquí debe intervenir la ciudad. Creo que las familias pueden hacer bastante reconociendo a los niños la capacidad de hacer cosas que hoy se consideran imposibles y que para los mismos padres fueron normales: salir, ir a la escuela, por la tarde juntarse con amigos, hacer tonterías. Esto lo hemos hecho; no se entiende por qué los niños de hoy no pueden hacerlo, pero claro, creo que tenemos que asumir este problema como problema social, como problema político. Si yo fuera responsable de una ciudad, trabajaría muchísimo para que los niños puedan volver a vivir la calle, porque estoy convencido de que es la manera más tranquila, más fácil y más barata de conseguir seguridad urbana, de devolver a los niños una necesidad que tienen y de obligarnos, a nosotros los adultos, a modificar un poco nuestra manera de actuar.
Se trata de proponer y obligar a los adultos a optar entre autos y niños, que es una cosa con la que todo el mundo va a estar de acuerdo, pero cuando vamos a los puntos críticos la gente se queja si se le impide llegar a la puerta de la escuela, se queja si se reduce la calzada para favorecer el paseo... De hecho, se queja cuando nos ponemos del lado de los niños y en contra de los autos. Yo tengo una viñeta de una niña que piensa: “Me gustaría mucho que mi padre me quisiera como quiera a su auto”. Es muy triste, pero creo que tiene algo de verdadero.
Cecilia Álvarez
Cortesía: la diaria
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