En 2011 arrancó a trabajar en Unilever, en la coordinación interna de los vendedores, nada que ver con la ingeniería química que había estudiado. Después pasó a una fábrica de perfiles de acero para la construcción, trabajó en calidad, trillaba la fábrica y tomaba mate con los operarios para buscarle la vuelta a la cosa. Entendió que la camaradería -eso de caer con una rosca de chicharrones de mañana- era la forma. O ya lo había entendido antes.
¿Todo tiene que ver con el vestuario?
Posiblemente, todo se vincula. Tenés eso de compartir, de estar remando todos juntos como un equipo. En 2011 yo estaba en Malvín donde jugué hasta 2014. En 2010 había jugado el primer Sudamericano con la selección, porque cuando yo era más chica no existían ni mayores ni formativas ni nada. Cuando tenía 16 o 17 mandaban gurisas al Sudamericano para que la FIBA no los desafilie. Cero continuidad, cero proyecto, cero nada. Había actividad de clubes, había varios clubes que tenían todas las formativas, se armaban jornadas desde pre-mini hasta juveniles y mayores; estaban Malvín, Nacional, Aguada, Juventud de Las Piedras, cinco o seis equipos que tenían todas esas categorías, pero no había selección. Incluso el torneo estaba separado de la Federación [Uruguaya de Basket-Ball], lo organizaba la Asociación Femenina de Básquetbol. Eso se empezó a disolver y murieron las formativas femeninas, no se compitió más. Ahí empieza el gran vacío del básquetbol femenino. Jugadoras que tengan hoy entre 22 y 26 años hay tres o cuatro en la liga.
¿Es una cuestión histórica, entonces, que la selección mayor no haya viajado a jugar el último Sudamericano?
Lo que rescaté de lo que pasó este año es que un montón de gente protestó, hizo ruido. Cuando yo era chica nadie protestaba nada. Pero la cuestión de género pega cada vez más fuerte. Hasta los 21 años no pude jugar un torneo. Si mi generación hubiera competido desde chicas, otro hubiera sido el resultado.
¿El básquetbol es una pasión oculta tras la pasión del fútbol?
El fútbol sin dudas es más masivo. El básquetbol es un submundo donde habita gente que respira básquetbol. Si hubiese podido dedicarme al básquetbol lo hubiese hecho sin dudas. Hubiese sido totalmente feliz, es mi vocación y mi pasión de la vida. Pero como jugadora era imposible y como entrenadora también. Contás con los dedos de la mano los entrenadores que pueden dedicarse cien por ciento a esto. Como jugadora y como entrenadora es difícil trascender, siempre estamos a la sombra.
¿Qué lugar tiene la basquetbolista en Uruguay?
En éste país ser deportista y no jugar al fútbol, te convierte en un bicho raro. No se concibe. Durante mucho tiempo nadie sabía ni siquiera si existía el basquetbol femenino. Hoy en día hay toda una onda deportiva, pero sigue siendo muy baja la estadística de deportistas de equipo federados. Hace poco revisé todos esos números de un informe que hizo la Secretaría Nacional del Deporte. El número de deportistas federados en nuestro país es bajísimo. Sin embargo hay un potencial para crecer gigantesco. Ni que hablar el porcentaje de mujeres federadas en cualquier deporte. Debe ser un 5% de las cuales la mitad juegan al fútbol.
¿De alguna forma la organización del Mundial de fútbol femenino puede empujar a que pasen otras cosas con el básquetbol Femenino?
Creo que ayuda un montón, lo mismo que el ruido que hizo que la selección femenina no vaya al Sudamericano. La sociedad tiene que entender que las mujeres podemos hacer deporte, y que si tu hija quiere jugar al fútbol o al básquetbol tiene que hacerlo, de repente no llega a vivir de eso porque no existe todavía, pero realmente puede tener una carrera de deportista. ¿Por qué no pueden soñar las nenas? Las nenas no tiene por qué hacer ballet y gimnasia, yo no soy menos mujer por haber jugado al básquetbol tantos años. Lo bueno del Mundial femenino en Uruguay es que los padres de hoy vean que sus hijas pueden jugar al fútbol, pueden jugar al básquetbol, pueden hacer deporte.
¿Visualizabas en tu viejo la dedicación al deporte?
Mi viejo jugó catorce años en Malvín. A los 28 se esguinzó la rodilla. En esa época estaba difícil para recuperarse, Malvín no era el que es ahora, no había ni pesas. Se pudrió un poco de todo. Llegaba tarde a todos lados y todo por amor al arte. A él siempre le gustó que jugara al básquetbol. Decía que yo era mejor que él porque había llegado a la selección y él no.
¿Cómo te va entrenando varones?
Tengo los niños de 5 a 8 años, y tengo el universitario, que son grandes pero amateur digamos; y estuve de asistente en El Metro, fui la primera asistente mujer en un equipo profesional. En El Metro sobre todo aprendí lo diferente que es la carrera del varón al tener la zanahoria del profesionalismo. En el femenino solo juega la que realmente le apasiona esto, sino no dedicás una hora y media por día de tu vida a entrenar por algo que hasta tenés que pagar por hacerlo. Por eso me identifico con los pibes del universitario de Tabaré. El régimen del básquetbol femenino es muy particular, un amateurismo que intenta imitar al profesionalismo pero sin serlo. A mí me duelen los tobillos, las rodillas, los hombros, en general no tenés un fisioterapeuta en los entrenamientos, si tenés que hacer fisioterapia tenés que agendar en una clínica, y yo a mi cuerpo le doy palo como cualquier jugador de El Metro. Lo que más me duele son las rodillas. Yo me crié con varones, jugando con los varones. Hay un cuento de mi tía que me agarró llorando, tendría ocho años; cuando me preguntó qué pasaba, era porque siempre me dejaban última para patear los penales. Desde ahí ya estaba luchando para ser, para que me traten igual. Entonces no me cuesta ser la única mujer en un grupo de hombres. La primera condición que les pongo es que mi presencia no les haga cambiar el trato que ellos tienen. Como cuando te piden perdón por putear. Yo también puteo. Los años de básquetbol también hace que los pibes te respeten.
¿Y con los niños?
Nunca había trabajado con niños. Mi hermano es recreador, entonces los niños van con él, y yo me quedaba sentada hablando cosas de adulto. Pero me ganaron, me pudieron. Siempre tengo un niño colgado.
¿Por qué te apasiona el básquetbol?
El básquetbol como deporte lo que tiene es la dinámica y la incertidumbre final de que queden veinte segundos y pueda ganar cualquiera. Esa adrenalina final es increíble. Hay una pelota para diez jugadoras, y 24 segundos para jugar que no sé cuántas posesiones te permite por partido. La cantidad de minutos que podés tener la pelota en las manos para resolver es muchísimo más que en otros deportes, pero los que realmente trascienden son los que toman mejores decisiones. Entre el dinamismo y la velocidad que tiene el básquetbol, y esa toma de decisiones, me puede, me apasiona. A eso sumale todas las connotaciones que tiene por ser un deporte de equipo.
¿Cuándo empezaste a leer el juego?
Yo me fui de Malvín en 2014, y en 2015 jugué en Aguada. En 2016 empecé a trabajar en un horario muy temprano y los entrenamientos de Aguada eran muy tarde. Me fui para Capitol que eran todas gurisas. Tenían entre 15 y 16, yo tenía 27. Andaban volando. Me encantó, era divino poder marcarles un poco la cancha y volcar la experiencia que tenía. A nosotras, las de mi generación, lo que nos pasó es que crecimos sin tener eso, porque cuando nosotras éramos juveniles, las mayores dejaban de jugar a los 25, 26, y nosotras pasábamos a ser las más grandes con 20 años.
¿Cuál es el rol del referente cuando las cosas se rigen por los resultados?
Nos pasó con Capitol que contra los equipos de arriba (Malvín, Aguada, Goes y Nacional) perdimos por pocos puntos en un final medio cerrado. Como eran gurisas a veces tomaban malas decisiones. Justo ese año, 2016, fuimos con la selección a jugar a Venezuela. Contra Paraguay nos pasó lo mismo, esa inexperiencia trasladada a las mayores, porque experiencia internacional teníamos cero. Faltando dos minutos ganábamos por cinco y lo perdimos. Después de eso siempre a las gurisas de Capitol les decía antes de jugar: éste no es el partido que tienen que aprender a cerrar, importa que cierren el partido con Paraguay que les toque jugar en algún momento. Les ponía ese ejemplo. Lo importante era agarrar experiencia para poder definir situaciones a futuro. La gran mayoría de las jugadoras de la selección éramos de Malvín. Malvín fue el primero en tomarse esto con otra seriedad, a preocuparse, a tener dedicación. Y claro, Malvín se despegó, hace quince años que salen campeonas. No es casualidad. Recién ahora están habiendo partidos en la Liga con finales cerrados. Yo cuando me fui de Malvín me dediqué a tratar de emparejar la Liga, no me importaban tanto los resultados aunque siempre jugás para ganar, pero éste año ya quiero ganar de nuevo. No me interesa salir en la foto, simplemente asumo mi lugar de referente.
Entrevista con Juliana Dibarboure, directora técnica y basquetbolista.
Agustín Lucas en Básquetbol
Cortesía: la diaria
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