–Entrenador, ¿puedo hablar contigo?
–Mira, enano, no estoy de muy buen humor ahora…¿qué quieres?
–No, nada, era sólo una pregunta pero…bueno, no es nada importante…
El entrenador nota en el jugador una cierta seriedad, como si tuviera que decirle algo de cierto peso. Estaba saliendo del vestuario pero se para para escuchar lo que le tiene que decir.
–¿Qué quieres?
–Quiero dejar el fútbol. No aguanto más. Me voy
Jaime es un jugador de 12 años que empezó a jugar a los 6 añitos en el club, el mismo que el de sus hermanos. Lo hace bastante bien y se ha ganado un puesto en el primer equipo de su categoría. Su padre le acompaña siempre a los partidos y a los entrenamientos. Está muy orgulloso de su hijo porque juega en en un buen equipo. Le encanta el fútbol ya que él también jugaba e incluso llegó a jugar en amateur. Jaime lo tenía todo: un buen club, unos padres que le apoyan, una familia futbolera, buena calidad técnica… pero por lo visto todo se ha terminado, cuando parecía que las cosas iban muy bien. Ascenso, celebración por todo lo alto…
–Pero ¡ qué dices, Jaime!
–Sí, sí, lo dejo. Estoy harto.
–Cómo vas a dejar el fútbol, ¿lo sabe tu padre?
–Me da igual lo que piense mi padre. No aguanto más. Cuando empecé a jugar, iba con mucha ilusión a los entrenamientos. Corría detrás de la pelota como un loco e intentaba meter el balón en la portería. Me llenaba de alegría cuando lo conseguía. Mi padre me sonreía desde la grada y aplaudía. Me sentía feliz jugando al fútbol.
–Y ahora ¿no?
–Todo ha cambiado. Ahora parecemos profesionales del fútbol. Tu único objetivo es ganar, ganar y ganar. No nos hablas mas que de Mouriño, Pep Guardiola…Puede ser muy interesante para ti y para equipos profesionales pero nosotros no somos el Barça ni el Real Madrid. Somos niños, somos diferentes. Que si vamos primeros o segundos, que si hay que ganar como sea, que si son de segundo año o de primero, que si han bajado dos de preferente o de división de honor. Qué más nos da. No te das cuenta todavía que nosotros lo único que queremos es divertirnos jugando y no necesitamos ninguna tontería más.
–Pero si el fútbol es universal. Lo que hace el Barça, lo podemos hacer nosotros. Es importante estar al día y conocer de primera mano la innovación en el fútbol. No nos podemos quedar atrás. Llegarás a divertirte cuando seas capaz de jugar un fútbol lo más perfecto posible.
–Todo lo ponemos en esa balanza. Lo que antes era un juego y ya está, ahora es algo demasiado serio que no tiene nada que ver con lo que yo buscaba. Lo noto en todo momento. Vivo con una presión continúa. No puedo decepcionarte, no puedo fallarte ni a ti ni a mi padre. Ya no disfruto jugando. Cada vez lo paso peor.
–Vamos Jaime, no es para tanto. Todos tenemos momentos malos.
–Tu no te das cuenta porque eres un adulto que ya estás lejos de todo esto pero yo soy un niño y me encuentro tratado como si fuera un adulto. No soporto tus gritos. Al principio pensaba que era que tenías un día malo pero luego me di cuenta de que es algo habitual.
–Lo hago porque es una forma de exigirte porque sé que puedes dar mucho más.
–No soporto tus salidas de tono constantes y a veces las escucho cuando duermo, cuando me esfuerzo por algo, cuando paseo por la calle, cuando estoy estudiando. No puedo seguir así. Yo quería jugar al fútbol nada más. Lo que me he encontrado es un entrenador que me grita y que se desespera cuando las cosas van mal.
–Tienes razón, a veces no me controlo pero es que hay cada árbitro.
–Tu siempre nos has dicho que no existen las excusas, que es una forma de esconderse y de no dar la cara y aceptar los fracasos. ¿Y tu? ¿Qué haces ahora excusándote con los árbitros?
El entrenador se empieza a poner nervioso y a perder la calma porque Jaime se estaba sincerando y se notaba que eran asuntos que llevaba dentro desde hacía bastante tiempo. Casi estaba a punto de darse la vuelta para marcharse pero todavía tiene que oír lo más duro de esta conversación que le detiene para seguir el diálogo.
–Un entrenador que se transforma en cada partido. Que le falta al respeto al árbitro, que mira con odio al rival, que no le importa hacer trampas y enseñárnoslas con tal de ganar el partido.
¿Trampas? ¿Pero qué dices? Te estás saliendo de madre.
–Cuántas veces nos has dicho que perdamos tiempo cuando ganamos el partido, que saquemos de banda cuando el árbitro duda, que juegue uno con una ficha falsa, que nos tiremos en el área para provocar penalti o cerca del área para conseguir una falta, que lancemos la pelota fuera cuando va a sacar el contrario, que aquel jugador con clase no puede acabar el partido…son tantas las cosas que nos has enseñado que no coinciden en nada con lo que yo entiendo por jugar al fútbol que he perdido la ilusión. Quiero ganar sin trampas, sin violencia, sin odio al rival.
–Pero ¡qué dices! Todo esto que comentas no son trampas, son tácticas de oficio que sirven para ganar partidos o para conseguir terminar el partido sin que nos metan ningún gol. Tengo que enseñaros esos truquillos para conseguir ganar los partidos.
–Cuando te pones así, me das miedo. Muchos aguantan y no dicen nada porque les puedes echar del equipo o tomarles manía. A nadie le gusta estar en el banquillo. Pero ya no puedo más. Por eso me atrevo a decirte todo esto. Dejo el fútbol y me siento liberado.
–Oye que no soy un delincuente, ¿vale?
–Ya no me divierto jugando. Somos como robots que se mueven a tus ordenes. No podemos tomar decisiones porque te sientes iluminado en cada partido y desde el principio hasta el final nos vas diciendo todo lo que tenemos que hacer: que le pase a este, que baje más, que suba rápido, que cambie el juego…
–Pero es que yo tengo una visión global del partido y bastante experiencia. Cuando yo os voy diciendo lo que hay que hacer, las cosas funcionan. Lo hago para ayudaros a ganar el partido. Si me limito a mirar y no os digo nada, posiblemente perderíamos todos los encuentros.
–¿Para cuando un poco de confianza en lo que podemos y sabemos hacer? Eres muy orgulloso y piensas que las victorias las consigues tu con tus decisiones tácticas y las derrotas son nuestras porque no hemos corrido lo suficiente.
–Mira Jaime, no te pases porque no es justo que digas esto y me marcho porque no quiero discutir contigo. Cuando seas mayor lo entenderás. No tengo que darte explicaciones.
–Es muy fácil darse la vuelta y olvidarse de todo pero quiero que sepas que no me siento a gusto en el equipo por tu culpa. No sabes nada de mí, ni te interesa. Lo único que quieres es que meta goles en cada partido pero finalizado el partido, todo se acaba. No sabes cuándo es mi cumpleaños, ni cómo me va en el colegio. Me siento como si fuera una pieza que se usa pero que cuando ya no es útil se tira.
–Mi función es que el equipo funcione en el terreno de juego y rinda al máximo y nada más. Que sepas que yo soy tu entrenador y nada más.
–Un entrenador que no me ha enseñado nada. Lo único que hacemos es prepararnos para ganar el domingo. Da igual si tengo dificultades en el golpeo del balón, o si mi juego aéreo no es tan efectivo. Lo único que haces es aprovechar mis habilidades para sumarlas a la del resto del equipo y ganar. Y si no rindo, pues al banquillo con una buena bronca. ¿No te has parado a pensar que no soy una máquina, que tengo problemas y que en casa a lo mejor las cosas no van bien? No es todo fútbol en la vida.
–No tengo tiempo en los entrenamientos para trabajar la técnica. Eso lo debes tener asumido ya para jugar en mi equipo. Y los problemas de casa no soy quién para solucionarlos. Son tus padres los que tienen que preocuparse.
–Pero yo necesito aprender muchas cosas y nadie, si no eres tu, me las puede enseñar. Pasará el tiempo y yo sé que habré perdido la oportunidad de mejorar como jugador. Pero eso a ti te da igual porque tu objetivo es ganar y si yo no sirvo en algún momento, buscarás otro jugador que tenga las condiciones que tu necesitas y lo utilizarás a él y a mí me lanzarás al cubo de la basura por inútil.
–Jaime, el fútbol es muy selectivo. Conforme vas siendo más mayor, van quedando menos jugadores para jugar a un buen nivel. Es ley de vida.
–En mi corta carrera deportiva, me han entrenado muchas personas. Yo siempre recordaré a aquellos que se preocuparon por mí, que intentaron ayudarme a ser mejor jugador y mejor persona. Tu no estás entre estos. Los recuerdo no por las ligas que he ganado con ellos sino porque sentía la confianza que tenían en mí, me motivaban, me corregían con cariño. En definitiva, me ayudaban a crecer como futbolista. Desde que has llegado tu, estoy completamente estancado y marcho a la deriva porque no encuentro donde apoyarme.
–Qué tonterías dices, el fútbol es así y el que no aguanta es que no sirve para esto. No puedo protegerte porque por ahí te encontrarás entrenadores que exigen mucho y no se andan con contemplaciones y si no estás preparado para esto, fracasarás.
–No te das cuenta que solo tengo 12 años. No soy un adulto pequeño, soy un niño. Necesito que me trates como un niño y cuando sea un adulto necesitaré que me trates como un adulto. No intentes aplicar lo que se hace en el fútbol profesional. Esto es solo una excusa para intentar demostrarme que la culpa la tengo yo. Tu nunca te equivocas.
–Jaime, ayer jugasteis muy mal y la causa de la derrota fue la poca intensidad y el poco esfuerzo que pusisteis en el partido.
–Si ayer jugamos mal, nosotros somos los culpables pero quiero que sepas que en realidad la culpa no es más que tuya porque si no rendimos es porque tu no nos has sabido inculcar eso que nos pides. En el fondo, somos lo que el entrenador consigue que seamos y, a veces, esto es muy poco. Pero claro, eso nunca se comenta porque el que echa las broncas es el entrenador. Pero quiero que sepas que cada derrota es un fracaso del entrenador.
–Solo me faltaba oír esto. Yo hago mi trabajo lo mejor que puedo pero si vosotros no respondéis en el campo, ¿qué puedo hacer yo? Es lógico que me enfade y que os pida cuentas. !Es increíble hasta dónde podemos llegar!
–Los entrenamientos son siempre los mismos, entrenar contigo es muy aburrido y se nota que la improvisación es nuestro principal protagonista. Llegas tarde muchas veces, estás más pendiente del móvil que del entrenamiento, siempre los mismos ejercicios, que si una carrerita, un rondo, unos tiros a puerta y un partidito. Es eso todo lo que puedes aportarnos. Pero luego nos exiges que juguemos bien.
–Pero mocoso, qué dices. Tengo una programación de todo el año con todo tipo de detalles. Puedo enseñártela cuando quieras. Puede parecer que improviso pero lo tengo todo programado. Los ejercicios que hacemos son los que nos ayudan a ganar el partido del domingo. Lo que pasa es que luego hacéis lo que queréis en el campo.
A Jaime se le saltan las lágrimas porque ahora el tono del entrenador es violento y habla gritando porque ha perdido los nervios. Sin embargo, se contiene porque sabe que es su última oportunidad para decire al entrenador todo lo que lleva dentro.
–He perdido las ganas a todo esto. Me aburro y nada me motiva. ¿Para qué seguir? ¿para qué esforzarse si no veo en mi entrenador el líder que espero tener? Ultimamente, mis padres me obligan a ir a los entrenamientos porque intento saltármelos. Si no fuera por ellos que me insisten en el compromiso que tengo con el equipo, lo habría dejado ya.
–Los entrenamientos no son para divertirse sino para preparar los partidos y eso no tiene nada de divertido. No tengo la culpa de que te aburras.
El entrenador se da cuenta de que Jaime le está retratando pero por falta de sencillez no quiere aceptar delante suyo todo lo que le está comentando y opta por seguir defendiéndose con argumentos que le van hundiendo cada vez más.
–¡Pero si siempre me he divertido entrenando! ¿Por qué ahora no disfruto? Correr, entrenar duro, darlo todo en cada sesión. Eso es lo que yo siempre he hecho y lo realizaba con ilusión. Disfrutaba haciéndolo pero ahora no es así. Hay algo que no funciona.
–El que no funciona eres tú. No existe otra explicación.
–No somos un equipo. En el vestuario no nos respetamos, hay muchos grupos dentro y nos llevamos mal. Pero eso a ti no te importa porque ni lo sabes. No conoces los problemas que tenemos en el vestuario. A mí no me apetece ir a entrenar porque cuando llego allí, todo está revuelto. Nos echamos la culpa unos a otros, nos burlamos del más débil, nos ponemos zancadillas. ¿Cómo vamos a rendir si no estamos unidos? Pero tu no te enteras porque estás en otra onda.
–¿Problemas en el vestuario? No te inventes cosas que no existen. Es normal que haya alguna rencilla entre vosotros pero esto se arregla dentro, no soy yo el que tengo que intervenir.
Suena la bocina del coche del padre de Jaime que viene a recogerle. Jaime se gira para saludar a su padre y se despide del entrenador.
–No he querido ofenderte, simplemente te he dicho lo que llevaba dentro desde hace mucho tiempo. Me siento mejor ahora.
–No te preocupes, un mal día lo tiene cualquiera. Mañana verás las cosas de otra forma. Te espero en el entrenamiento del jueves. Chao.
–Entrenador, no volveré.
Jaime se sube al coche de su padre y éste arranca inmediatamente. El padre de Jaime comienza una rápida conversación con su hijo. Le ha extrañado que estuviera hablando con el entrenador ya que es muy poco frecuente que esto ocurra…
Francisco Javier Marcet
Cortesía: MI FÚTBOL
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