miércoles, 1 de noviembre de 2017

El Plan Maestro

En marzo de 2006, al asumir por segunda vez como entrenador jefe de las selecciones nacionales de fútbol, Óscar Washington Tabárez presentó un documento base sobre el que se habría de desarrollar su trabajo, estableciendo un diagnóstico, fundamentación, finalidad, objetivos, acciones y modos de operación, estrategia del juego, formación del futbolista, el fútbol juvenil del interior del país y, finalmente, el plan para las selecciones nacionales.

A lo largo de estos 11 años la selección absoluta de Uruguay consiguió clasificar de manera consecutiva a la fase final de los últimos tres mundiales (Sudáfrica 2010, Brasil 2014, Rusia 2018), volver tras 40 años a la fase de definición de estos torneos, alzarse con la decimoquinta Copa América y, además, en categorías juveniles, volver a ser el mejor de América después de 36 años, participar en casi todos los mundiales siendo finalista mundialista en sub 17 y sub 20, y ser campeón Panamericano 32 años después del único título de tal orden que teníamos.

El martes 10 de octubre de 2017, tras vencer a Bolivia en el Estadio Centenario, Uruguay se aseguró por primera vez en 28 años clasificar a la fase final de un Mundial sin tener que pasar por repesca alguna. Esa noche los 14 futbolistas que representaron al país habían pasado por selecciones juveniles, y algunos de ellos, como Gastón Silva y Federico Valverde, por toda la estructura, desde la sub 15 a la mayor. Cuando Tabárez proyectó lo que podía llegar a concretar si se seguían sus planes de desarrollo, tres de sus cuatro mediocampistas eran escolares, y el otro estaba en los primeros años del liceo.

Ante el innegable éxito de la gestión y el desarrollo del proyecto, decidimos recabar opiniones de distintas personalidades a partir de una premisa (el proceso Tabárez y su posible contagio en otras áreas), que se formula como pregunta: ¿Estamos frente a un triunfo del Uruguay de la planificación y la proyección frente al Uruguay que lo ata todo con alambre? ¿Qué aspectos del proceso Tabárez deberíamos replicar en otras áreas? Acá las respuestas.

Yamandú Orsi, Intendente de Canelones
Una de las cosas que me enoja mucho con el Uruguay de ayer y de hoy es la inmensa facilidad para que buena parte de los debates, sean estos accesorios o profundos, remitan inexorablemente ya no al árbol sino a la rama.

Pensar y mirar el bosque constituye una mera utopía o el camino directo a la frustración. La inmensa alegría que el maestro Oscar Tabarez, su equipo y el plantel de futbolistas nos dieron estoy convencido que trasciende lo deportivo. Es una fantástica oportunidad para pensar en el bosque. Y sería inteligente aprovecharla.

A sabiendas que puedo resultar injusto con mi país, al que adoro, lo que hizo el maestro (me consta que muchos hombres de ciencia, de empresa, del arte y el deporte lo hacen), provoca, genera envidia –esa que nunca es sana- y muchas veces se identifica a la “suerte” como la responsable única de estos logros.

Esta es una película, quizás la más evidente y clara, la que habla de un hombre que puso a Uruguay en cuatro mundiales.

¿Pero es casualidad esto en un entrenador que pasó y ganó en Peñarol, Boca Juniors y entrenó al Milan? Claro, a esta altura me pongo a pensar que el maestro no sería sapo de otro pozo en Alemania, Japón o China. Pero en el Uruguay de la rama, no del bosque, lo de él es casi subversivo. O sin casi. Lo que festejamos el martes, tranquilos para sorpresa de nosotros mismos, es el triunfo del método. Y el método es la convicción y la confianza en quienes lo interpretan. Hay espacio para lo espontáneo, para lo imprevisto, No todo está libretado.

Es verdad. Pero sin método y sin planificación todo se vuelve más complejo. Sin método las excusas y la improvisación campean. Hace ya como treinta años un amigo sentía que lo suyo era ser bancario y se preparó en una academia. El libro de ejercicios tenía una inscripción que la recuerdo perfectamente. “El fracaso comienza cuando cesa el esfuerzo”. Me animo a agregar que el fracaso es resultado seguro cuando no se planifica y cuando no hay método. Descreo de los dogmas. Pero si me obligaran a decir uno no lo dudaría. Se trata de tener objetivos claros. Pero solo con método se podrá llegar.

Sofía Alonso, militante estudiantil

Tengo 23 años y me considero muchas cosas, entre ellas una nativa Tabárez.

Si bien el proceso cumple diez años, a mí, como a tantos jóvenes de nuestro país, se me hace difícil recordar cómo se vivía el fútbol y cómo era la selección uruguaya antes de la llegada del Maestro. Quizás el vacío en esos recuerdos sea un indicio de cómo era ese “antes”.

Crecimos sin cuestionarnos otra forma de ver el fútbol que no sea pensarlo como proceso. Como construcción colectiva. Con una planificación integral con metas y objetivos a mediano y largo plazo. Con especialización y capacidad de desarrollar estrategias para que el proyecto avance inteligentemente sorteando las presiones de grandes intereses corporativos y privados. Crecimos con un maestro enseñándonos, desde lo pedagógico y lo lúdico, que el camino es la recompensa.

La experiencia de nuestra selección de fútbol no es un oasis en el Uruguay de la última década. En mi ámbito institucional, la Universidad de la República, se pueden identificar fácilmente líneas similares de construcción y desarrollo.

Por ejemplo, diez años atrás se comienza a gestar aquella idea de una segunda reforma universitaria de la mano de Rodrigo Arocena. Esta propuesta, al igual que la del Maestro Tabárez, proponía una visión integradora, marcada por etapas, donde cada momento se relacionaba con el anterior alimentando esta idea de construcción.

Un proceso transformador que vincula planificación y acción. Con profesionalización en la gestión y con recursos humanos y materiales dotados como clave para la cimentación de la construcción del futuro deseado.

En este planificado proceso hay paralelismos claros. La Universidad de la República llegando a cada rincón del país, la pasión por el fútbol en todo el territorio y el proceso Tabárez permeando a todas las divisiones de la selección uruguaya. Con una estrategia que busca que las generaciones venideras sean partícipes desde el vamos del camino.

Tabárez marca las enseñanzas para el país que se viene. Menos fragmentado, menos cortoplacista, menos improvisado. Hoy el desafío está en todas y todos nosotros. Tenemos la chance de incorporar sus enseñanzas o dejarlas pasar y seguir evocando el Maracanazo.

Nicolás Jodal, creador de la empresa Genexus
Tabárez es improbable. No tendría que haber pasado. Ningún técnico en Uruguay puede lograr cuatro veces la clasificación a un Mundial y mucho menos permanecer por mas de diez años seguidos siendo técnico de la selección. Pero pasó.

¿Podemos aprender algo de este fenómeno improbable? Sí, sin dudas. Por ejemplo, los expertos en fútbol seguramente ya tienen algunas nociones (jugar con doble cinco, no jugar con línea de tres, no sé), pero mi intuición me lleva a pensar que podemos extraer muchas lecciones importantes para otra área: la gestión de las organizaciones. Y a modo de ejemplo, aquí van algunas que se me ocurren.

Primero, obtuvo resultados sin estar demasiado focalizado en ellos (“el camino es la recompensa”). Un buen gestor de largo plazo sabe que los resultados siempre tienen un componente de azar (en el fútbol y en cualquier organización), y que lo importante, entonces, es concentrarse en el proceso, en el que sospecho que Tabárez se concentró en entrenar las fortalezas (“seguir nuestro estilo de juego”) mucho más que en las debilidades (“jugar como el Barcelona porque al Barcelona le va bien”).

Segundo, me llaman más la atención las cosas que no pasaron que las que pasaron. ¿Cómo puede ser que Luis Suárez y Edinson Cavani no estén peleados? ¿Cómo puede ser que Egidio Árevalo Rios apoyara y ayudara tanto a Federico Valverde cuando claramente este le estaba sacando el puesto? ¿Cómo puede ser que se haya hecho un recambio generacional importante sin que ningún conflicto saltara a la luz? Esta es otra extraordinaria habilidad de los buenos gestores: el manejo de los conflictos internos. Y no debemos confundir esto con quedar bien con todos: Tabárez hizo lo que tenía que hacer, no hizo lo que a algunos jugadores les hubiera gustado hacer. Tenemos mucho que aprender del Maestro Tabárez.

Ricardo Piñeyrúa, periodista de Fútbol y compañía
Es muy difícil demostrar que los logros de la selección no se habrían alcanzado sin el proyecto de más de diez años que han encabezado Tabárez y sus colaboradores, pero, subjetivamente, la comparación con el pasado es enorme. La adhesión de jugadores de primera línea, la disciplina del equipo en el juego y fuera de él, la organización al detalle de la mayoría de los aspectos, los procesos graduales de renovación con la base de un trabajo de años en las selecciones juveniles, las escasas protestas de aquellos que pasaron por el plantel y quedaron fuera.

Alcanza recordar que entre el Tabárez de 1990 y el de 2010 siempre hubo más de un técnico en la Eliminatoria, y que de cuatro sólo fuimos a un Mundial en 2002. Escándalos de los jugadores, conflictos con la prensa, con dirigentes, futbolistas varados en aeropuertos esperando pasajes... hay una interminable lista de problemas.

Con la llegada de Tabárez pareció llegar la paz, y con ella los logros a la altura de nuestras posibilidades. Se habla de isla y en cierta forma es así: la selección logró zafar de la mediocridad del fútbol local, en el que los intereses de los poderosos empresarios, aliados con los clubes más necesitados, han sido una traba para un desarrollo del fútbol local que mejore la condición de todos.

La selección pudo seguir en forma independiente ya que dos Ejecutivos de la Asociación Uruguaya de Fútbol comprendieron que el respaldo a una selección potente es la salida económica y representativa de nuestro fútbol: como ejemplos se puede mencionar los contratos por ropa, los partidos amistosos y los ingresos por Mundiales. En el Uruguay de hoy hay decenas de ejemplos de cosas que funcionan bien y que caminan sobre la base de un proyecto, estatales y privadas, hay mucha gente talentosa que no ata con alambre las cosas para que todo siga igual. La selección de Tabárez es una de ellas. Demuestra que, sin mezquindades y sin intereses pequeños, hay logros a nuestro nivel, logros que nos hacen un país mejor. De la selección todo se puede tomar como ejemplo; lo doloroso es que, desde su vientre, nuestro fútbol, muchos –empresarios, dirigentes, la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales– miren el proceso con recelo, porque su trabajo apunta a la eficiencia y esta es muy mala para los que exprimen la pasión de los uruguayos en beneficio propio.

Denisse Legrand, coordinadora de Nada Crece a la Sombra
Tabárez es la muestra de que otro Uruguay es posible. Que no da lo mismo quiénes lideran los procesos. Que importan la política y las formas. Que si queremos cambiar la realidad tenemos que salir a comernos la cancha. Y tenemos que hacerlo juntos, porque si la lucha no es colectiva no cambia nada.

El fútbol es una de nuestras mayores expresiones culturales. Refleja lo que somos y lo que sentimos. La pasión, la frustración y la violencia que tenemos como sociedad. No es coincidencia que el proceso Tabárez suceda a la par de una de las etapas de mayor vanguardia de nuestro país. Así como la agenda de derechos, el proceso forma parte de un esfuerzo de años que desafía el sistema y se anima a construir los cimientos del país que queremos. Una etapa que hace a un lado al Uruguay gris que nos caracteriza para que estallen los colores.

Clasificamos al Mundial sin agonía. Esto sacude nuestra zona de confort, nos obliga a cambiar la melancolía y el sufrimiento por convicción y disfrute. Tabárez sabe poner el cuerpo en las buenas y en las malas. Tripa, corazón y estrategia. Dribleando a los carroñeros que se regocijan en los tropiezos. Ya quisiéramos que los de afuera sean de palo.

El proceso se la da en la cara a los ridículos que dicen que cuando los jugadores se han metido en política nos ha ido muy mal deportivamente. Esta generación de futbolistas demuestra, con la campaña de la selección y con la lucha por sus derechos, que no da lo mismo, que el partido se juega adentro y afuera de la cancha. Este proceso nos hace seguir creyendo que con amor, equipo y lucha colectiva es posible superar la mezquindad y los intereses de unos pocos. Y por sobre todo, nos recuerda que el fútbol es de todas y todos.

El proceso plantea la estrategia en lugar de la improvisación. La construcción colectiva como norma. La consolidación del equipo como base, la renovación generacional como inyecciones impostergables.

Amor. Pasión. Política. Juego. Estrategia. Equipo. Renovación. Compromiso. Construcción. Garra. Lucha. Convicción. Al Mundial.

No hay forma de sostener que todo tiempo pasado fue mejor. Hace rato que cambiamos el gris por celeste. El proceso Tabárez nos ofrece el fútbol que queremos. Sigamos construyendo entre todas y todos el Uruguay que queremos.

Miguel Brechner, presidente del Plan Ceibal
En Uruguay coexisten desde hace mucho tiempo el mundo del atado con alambre y el mundo de los procesos planificados. Por suerte, estos últimos son cada vez más.

Lo que ha hecho el Maestro en estos años fue transformar a la selección uruguaya de una organización en perpetua improvisación a un proceso ordenado y exitoso. Para lograr esa transformación, lo primero que se tiene que hacer es aislar este nuevo proceso, dejar afuera a los demás actores que opinan, intervienen y presionan para volver a la improvisación.

Hacer esto es tan difícil como cambiar la rueda de un auto cuando está en movimiento. Para lograrlo se necesita conocer a fondo el tema a resolver, tener liderazgo sobre la gente a su cargo, tener un objetivo a cumplir y un plan para cumplir ese objetivo. Cuando se trabaja con gente, lo principal es confiar en ella y generar la idea de que todos son un equipo. Confiar implica dejar hacer y corregir, pero cuando se corrige se lo hace personalmente y no en público. Generar confianza potencia a todos los actores. Trabajar en equipo es poder demostrar que los 11 en la cancha son mucho más que la sumatoria de las individualidades. Lograr esto ha sido uno de los éxitos más importantes de este proceso. Se necesitan individualidades, talentos, líderes en el cuadro, pero se necesita ser un equipo para poder triunfar.

No se puede liderar sin tener firmeza. Hay muchas decisiones que a veces no son simpáticas pero que hay que tomar con transparencia y buena comunicación. Toda persona que lidera un proceso se equivoca a veces; un buen líder, como Tabárez, corrige esos errores y sigue en pos del objetivo. El Maestro nos demostró que el cambio era posible. Probablemente, el desafío mas grande que queda es que el cambio ocurrido perdure en el tiempo.

Álvaro García, director de la OPP
El proceso Tabárez es un maravilloso ejemplo de lo que Uruguay puede alcanzar teniendo un pensamiento a largo plazo y siendo coherente con esa planificación en todo momento y en todos los niveles.

En Uruguay tenemos mucha gente afecta al inmediatismo y a la búsqueda de resultados en el corto plazo, sin percibir que los resultados más permanentes, los que requieren las cosas para cambiar de manera genuina, implican una mirada más larga. Este proceso logró amalgamar la visión en el largo plazo y los resultados en el camino: nos ha clasificado para tres mundiales, nos clasificó prácticamente a todos los mundiales juveniles. Cuidando los pasos que damos en el camino, hemos alcanzado grandes resultados.

Pero la principal conquista en estas Eliminatorias, que valoro muchísimo, es que la renovación se ha dado de manera automática. Hemos visto con gusto y alegría cómo chiquilines que tienen una experiencia importante desde el proceso de juveniles se integran naturalmente al primer equipo de la selección. Estos resultados rompen grandes mitos de Uruguay, como el de que el objetivo siempre es la visión en el corto plazo y lograr el resultado inmediato. Otro mito es el del individualismo versus trabajo colectivo. Este ha sido un proceso colectivo: vale más trabajar en equipo que potenciar los individualismos.

Como uruguayo me sumo al gran aplauso y al agradecimiento al proceso de Tabárez. Nuestra generación escuchó toda la vida los grandes mitos del Uruguay del pasado, como Maracaná. Esto que pasó significa un gran cambio. Crecimos en un país que actuaba como una aristocracia venida a menos del fútbol mundial, con grandes trofeos en la vitrina, pero con pocos éxitos durante muchos años. Este proceso nos permite reivindicar que un trabajo serio y planificado brinda frutos. El principal deseo es que la renovación del proceso, que en un momento incluirá al propio Tabárez, tenga la continuidad que se merece.

Este proceso tiene que ser ejemplo para otras áreas del país. No pidamos resultados inmediatos, creamos en el trabajo constante con mirada en el largo plazo, dejando correr los procesos de manera coherente y permanente, porque el trabajo, la disciplina y la pasión integrados en su justa medida nos permitirán tantas victorias celestes en muchos otros ámbitos como las que vemos hoy en el fútbol.

Daniel Daners, director nacional de Deporte
Estamos frente a un triunfo de Uruguay. Punto. Claro que los protagonistas son los que son, por supuesto que el resto somos espectadores más o menos pacientes, más o menos atentos, más o menos pasionales, pero las gestas deportivas, así como las construcciones culturales y sociales son, al final del día, patrimonio de todos. El mérito es de ellos: del Maestro, de sus jugadores, por supuesto, y del proyecto de “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, el proyecto Tabárez.

Es el triunfo de una planificación estratégica exitosa, que para serlo debe tener como insumos un acertado diagnóstico, una visión precisa y los planes de acción más adecuados para llegar del diagnóstico a la visión. Las naciones se construyen encontrando esas singularidades que las identifican y las diferencian del otro, de los otros, cimentadas en épicas y en eventos identitarios. Uruguay no es la excepción, aunque a diferencia de casi todas las otras naciones, sus relatos épicos constitutivos son deportivos; nos reconocimos como “uruguayos” a partir de los triunfos deportivos de principio del siglo XX. Esos triunfos deportivos no fueron casualidad, fueron el producto de políticas de Estado que le dieron al deporte la importancia que luego el propio Estado le fue negando, hasta hace poco más de una década.

Los triunfos de aquellos primeros años del siglo pasado, así como los triunfos actuales, no son producto de la casualidad, son producto de la causalidad, y Uruguay está aprendiendo a caminar planificando. El presente de nuestro país empieza a consolidar muchos “proyectos Tabárez” que se retroalimentan, producen sinergias virtuosas y harán que sigamos conquistando éxitos deportivos y estructurando mejoras sociales consistentes y sustentables, y nuevos derechos sostenidos por una sociedad que aprende que, también en esos aspectos, “el camino es la recompensa”. A escala país, Uruguay ha transitado el mayor período histórico de crecimiento continuo: consolidó su condición de país serio, con instituciones sólidas y creíbles, construyó y hace funcionar herramientas de gestión y legislativas (a modo de ejemplo: el Sistema de Planificación Estratégica de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto o la Ley de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Sostenible) que permiten, mediante indicadores de contexto, evaluación de resultados y metas de gestión, desarrollar, monitorear y controlar programas, productos, proyectos con lógicas de gestión horizontales; establecer políticas de Estado transparentes, accesibles y sustentables; ordenar la planificación territorial según criterios de sostenibilidad, articulación, coordinación interinstitucional, democratización de accesos y servicios. No se me ocurre mejor tributo hoy al Maestro Óscar Washington Tabárez y sus compañeros de ruta que encontrar en esas políticas de Estado el reflejo de un país que crece y se sostiene con sensatez, del mismo modo que nuestras selecciones siguen compitiendo al más alto nivel, potenciando sus virtudes y minimizando sus debilidades. El proyecto Tabárez no ata con alambre; Uruguay está aprendiendo a no hacerlo tampoco.

Patricia Pujol, periodista de Deportivo Uruguay (Radio Uruguay)
Hace falta tiempo, paciencia, voluntad. También ideas, profesionalismo, honestidad y rumbo. También presupuesto, claro. El diario del lunes nos cuenta que hay –porque hubo, nació siendo– un proceso de trabajo, pensado, delineado, ejecutado. Necesitaba tiempo de ser, de sol, aire. Necesitaba transcurrir.

También respeto y amor por lo que se construye, dos ingredientes tan necesarios como el agua. Y cuando el agua se hace lluvia, bancar; luego aparecerá un día de calma. La receta que amasó el Maestro Tabárez transmite aromas, sensaciones. También resultados. Muchas veces, pensamiento: intentar comprender antes de opinar. Sospechar que hay datos a los que uno no accede. Dudar de la certeza todo lo que se pueda. También respetar: al otro, al distinto a mí, a nosotros, y evaluar las potencialidades y desventajas del rival, del oponente, y desplegar un juego que se acomode a mis posibilidades, a mis valores, a mi potencial.

Al proceso Tabárez hay que sacarle la pelota y desnudarle la estructura, pararlo en la cancha de la vida, abrazarlo y tomar de allí lo que nutre. Se lo dejo a cada uno. Disculpen, pero el Maestro no da la receta, enseña mientras amasa.

Mariana Percovich, directora de Cultura de la Intendencia de Montevideo
Quien esto escribe no sabe nada de fútbol. Solamente puedo seguir lo que leo en la prensa y darme cuenta de algunas cosas que parecen posibles de aplicar en otros ámbitos del país: la importancia del profesionalismo, del conocimiento técnico y de la planificación. La importancia de trabajar con los valores humanos en el centro; la humanidad del liderazgo es tan importante como el saber técnico específico. Una sin la otra no sirven, no logran los mismos resultados.

La importancia del trabajo pensado en plazos largos: pensar desde las generaciones más jóvenes y proyectar al futuro.

La importancia de poder empoderar a los demás, especialmente a las nuevas generaciones, especialmente a los y las más humildes, darles conciencia de su lugar en el ámbito que sea. Saber delegar para que, cuando el o la líder no estén, los procesos se sostengan fuertes y los y las participantes se adueñen del camino.

La mirada amorosa de Tábarez a sus jugadores en la cancha mientras festejan habla de ese Uruguay que sería muy necesario defender. Un Uruguay de liderazgos humanos y enfocado en el bien colectivo.

Liliam Kechichián, Ministra de Turismo
Un entrañable compatriota nos enseñaba: “Lo que siempre intenté fue: ¡comprender! Determinar con claridad las razones que conforman esta realidad que queremos transformar. Para tomar las cosas desde sus raíces, única forma de enderezarlas”. Partiendo de un diagnóstico preliminar del fenómeno de la globalización y de su influencia política, económica y social que –en el caso del fútbol– “contribuye a la profundización de la brecha que diferencia y separa a las organizaciones de elite del fútbol mundial de las economías futbolísticas dependientes del tercer mundo”, el Maestro Tabárez daba a conocer, a comienzos de 2006, su proyecto de “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”.

El plan establecía objetivos, criterios y acciones comunes a ser aplicados “en todo el espectro del fútbol nacional, comenzando por el infantil”, para que “ese camino propuesto, que tiene valor en sí mismo”, permita que “el talento futbolístico llegue a una selección sub 15 para enriquecerse y afirmarse en un proceso iniciado con anterioridad”. Sin duda, un proyecto ambicioso, incluyente, integrado y de largo aliento.

Ambicioso, porque delinea una política de selecciones nacionales para competir a nivel de la elite mundial. Incluyente, porque abarca todas las franjas etarias de la práctica del fútbol, hasta el destino final en la selección mayor. Integrado, porque promueve la participación de Montevideo y del interior en un plano de igualdad. Y de largo aliento, porque el resultado final se asiente en un seguimiento permanente del desarrollo de los futbolistas, y en la definición de un concepto y una filosofía deportiva a ser desarrollados por todas las selecciones de fútbol del país.

El proyecto introducía, además, el concepto inédito de “formación integral” del deportista, que comprende no sólo los aspectos normativos, táctico-técnicos y disciplinarios del fútbol, sino que abarca de manera incisiva y fundamental la educación en valores y conductas socialmente adecuadas.

El plan tiende, en el plano personal, a un desarrollo psicológico normal del individuo, que promueva su sentido de “pertenencia, adhesión y solidaridad”; atiende al control de su educación curricular y la ampliación de sus universos culturales; en lo profesional, profundiza sobre el concepto de futuro probable, educando sobre la opción por el deporte y su significado, sus exigencias, sus limitaciones; y en el aspecto institucional, promueve “el desarrollo de un perfil de futbolista seleccionado”, consciente de la importancia e influencia del fútbol como fenómeno masivo, cultural y referente. Una propuesta revolucionaria, pensada, estructurada y global, que acompasaba el camino de la nueva época de las grandes reformas que el país comenzaba a transitar.

Como todo proceso transformador, debió atravesar ajustes y frustraciones, críticas y oposiciones. Sin embargo, a más de diez años de su puesta en práctica, los resultados obtenidos –como producto propio o como avances normativos e institucionales generados a partir de su vigencia– son más que elocuentes, en los aspectos formativos, organizativos, logísticos, institucionales, profesionales, deportivos; y, sin duda, reivindican la certeza del camino iniciado y el triunfo de la planificación, de la filosofía que se asienta en el conocimiento como fundamento de la estrategia.

Por todo esto, saludo agradecida, ¡con profundo orgullo y emoción! los alcances humanos, éticos, de compromiso con la sociedad, con la gente, promovidos y construidos a partir de este proceso.

Carolina Cosse, Ministra de Industria, Energía y Minería

Hay varios aspectos del trabajo del Maestro Tabárez con la selección uruguaya que presentan características a imitar. Creo que pueden destacarse tres:

Pensamiento de largo plazo, con objetivos claros y compartidos, a partir de los cuales se organiza un trabajo en diferentes niveles, con metas intermedias para ajustar lo que está mal o se puede mejorar, a partir de los resultados que se obtienen; sin apresuramientos, pero tampoco sin pausa.

La noción de “el camino es la recompensa” implica un tema fundamental: el cómo es parte de la meta, no es “la alcanzo a como dé lugar”. Eso tiene que ver con el tipo de trabajo y también con afianzar que es un proceso colectivo, que estimula el logro colectivo a partir de los destellos individuales Hay que ser excelente para que el equipo lo sea.

Apuesta simultánea a la continuidad del trabajo con los jugadores que dan resultados, pero también a la renovación, en un proceso permanente, fundado en el análisis y la observación, y evitando actuar al “golpe del balde”.

Los tres pueden aplicarse a otras áreas, siempre sabiendo que muchos factores pueden cambiar cada resultado, que el azar existe, que los rivales juegan, y que a veces se gana y a veces se pierde, pero que el trabajo serio y en equipo, al final del día, es el que da mejores resultados y permite avanzar. Felicitaciones, Maestro.

Claudio Invernizzi, publicista
Si a la persistencia en algunos valores se le pudiera poner el nombre de una patria –cosa poco probable– habría que decir que el proceso Tabarez es profundamente uruguayo. Del mismo modo, si a los sistemas de planificación de cualquier índole se les pudiera buscar alguna procedencia en los mapas –cosa extremadamente discutible– seguro que miraríamos hacia otras tierras. Ni mucho de una cosa, ni mucho de la otra: pero el que busque emular el proceso Tabarez mediante la simpleza de la planificación se está perdiendo la parte más honda y necesaria del asunto, que consiste en hacer crecer el árbol en el mismísimo lugar donde habían quedado sus raíces.

El porte épico del maestro Tabárez radica en haber dotado de planificación e innovación el lugar donde más nos miramos como país, al espejo en el que más nos gusta reflejarnos, el único lugar que nos hace auténticamente iguales: el fútbol. Y si, claro, nos gusta lo que vemos. Tanto es así que tenemos la oportunidad de que “a la uruguaya” deje de significar un acto de precariedad. Si bien esto es nada más que fútbol, todos sabemos que es mucho más que fútbol: quedará marcado para siempre un AT y un DT.

Fernando Pereira, presidente del PIT-CNT
Me gusta el fútbol desde muy pequeño. Durante muchos años iba al estadio todos los fines de semana, al igual que miles de uruguayos. El fútbol es central en la vida de nuestra sociedad; los clubes y la selección uruguaya son claves para entender nuestros humores o malhumores.

Hace más de una década comenzó un proceso de selección, encabezado por el Maestro Tabárez y con un equipo estable de entrenadores: Celso Otero, Mario Rebollo, el profesor José Herrera, el doctor Alberto Pan, el chef Aldo Cauteruccio, entre otros. Es decir, se construyó un equipo de trabajo y se le dio estabilidad y un plan con objetivos concretos.

Esto se ha denominado “proceso” porque, además de la selección mayor, se atendió a los juveniles y al natural recambio que necesitan los procesos organizativos (y ni que hablar en el fútbol). Además, se construyó el Complejo Uruguay Celeste, un lugar donde entender al fútbol como un deporte colectivo, asumiendo que todos se precisan dentro y fuera del campo de juego. Este amalgamado no ha dejado afuera las virtudes y los talentos personales de los jugadores, pero sin perder nunca de vista la importancia del colectivo. Por supuesto, Tabárez tuvo que superar múltiples adversidades, críticas despiadadas, trabas, intentos de modificar el proceso. Todas estas dificultades fueron resueltas entre todos, cada uno dando su potencial desde el lugar en el que le tocara estar.

El proceso no impidió que los tres millones de uruguayos siguiéramos armando nuestros equipos y nuestras visiones, pero sí nos dio la certeza de que era el cuerpo técnico el que lo iba a definir, y esas certezas son fundamentales para construir esperanzas.

El Maestro logró avances trascendentes. Ya no se escuchan rupturas ni escándalos entre jugadores, no dejó que críticas puntuales permearan el proceso, la gente empezó a creer en la selección y a llenar el estadio con decenas de miles de casacas uruguayas. La construcción de una cultura colectiva, en la que cada uno tiene que jugar su partido para cumplir el objetivo; se entendió, además, que para llevar adelante una organización tan compleja como una selección de fútbol, integrada por personas que viven en diferentes ciudades, es necesario construir compromisos adicionales (y vaya que se construyeron). Es admirable el papel que el Maestro ha tenido en este proceso. Es admirable porque construyó un equipo, le dio un valor, incluyó el permanente recambio, les dio a los jugadores herramientas para respetar y ser respetados por su accionar dentro y fuera de la cancha.

Soy consciente de que el Maestro es un gran trabajador, que dedica horas a planificar y a darle bases firmes al proceso, incluso para cuando él ya no sea el entrenador. En resumen: es un gran organizador. Cada vez que lo escucho en una conferencia me siento reconfortado; todo el tiempo va dejando reflexiones, formas de pensar y actuar. Todos aprendemos en cada conferencia. En síntesis, si se conoce al árbol por sus frutos, este árbol en particular está lleno de frutos. Algunos son frutos deportivos, otros culturales, pero todos son frutos colectivos que potencian a cada uno de los individuos. Si el camino es la recompensa, todos nos sentimos recompensados por el proceso Tabárez. Por todo esto y mucho más, gracias, Maestro.

Julia Irisity, integrante del Colectivo Catalejo
No soy una persona con mucho conocimiento de fútbol, no soy de las que saben la historia, las estrategias de juego, los nombres. No me gusta el fútbol como rutina, sino que lo disfruto cuando se convierte en fiesta. Pero hace unos años empecé a habitarlo mucho más y quizás eso también sea el famoso “proceso Tabárez”.

Trabajo en Toledo, y este año empezamos talleres de fútbol callejero con los pibes del barrio. Es una metodología que usa al fútbol como excusa, pero donde los participantes elijen sus propias reglas y al final discuten cómo las llevaron a cabo.
Como equipo teníamos miedo que fuera raro, que les costara entender la dinámica, jugar con mujeres, no poder insultarse porque eso implica penal para el equipo contrario. Pero no. Fluyó enseguida, cada semana mejor que la anterior. Incluso van al taller cuando llueve, sabiendo que el espacio se mantiene y que se aprovecha para conversar. “No queremos que el taller termine, queremos que haya un proceso” dicen. Proceso: quieren redactar proyectos para buscar fondos, quieren mejorar sus vínculos para poder crecer como equipo y jugar contra otros.

No puedo evitar sentir que eso es de lo que se habla cuando se habla del Proceso de Tabarez. Los gurises en ningún momento hablaron de los resultados de los partidos, de ganar o perder, ni se pelean por el éxito del juego. Quieren crecer, crear, avanzar y jugar. Nosotros con nuestros miedos sobre lo difícil que iba a ser la tarea, y ellos tan claros sobre lo que de verdad importa.

Fuente: La Diaria

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